Comienza la campaña electoral: el teatro levanta su telón. Cosechará más aplausos (votos) aquel que más guste. Después formará gobierno y hará lo que quiera hacer y otros (los mercados y su propia capacidad) le permitan. Pero lo que llamamos teatro político nada tiene que ver con el teatro («la expresión artística que mejor representa las pasiones humanas»), es más bien publicidad y propaganda y, en ocasiones, farsa.
Claro que los asesores políticos de los candidatos se valen de técnicas, argucias y algunos éxitos escénicos para procurar transformar a sus personajes en: algo digerible (Rajoy), próximo (Pedro Sánchez), un héroe (Albert Rivera) y en curioso espadachín (Pablo Iglesias). No obstante su loable esfuerzo, todos lo tienen muy difícil porque el canal por excelencia a través del que se expresan, la televisión, es un medio frío. Así que no les quedará otra que calentar los debates con palabras tronantes y deshuesadas como corrupción, pobreza, libertad, Estado…
Hasta la palabra teatro, y su significado último y más radical: la risa, el llanto, la espera, el miedo.., pretenden secar estos políticos sin otra frontera que la ambición o su interés. No acuden con ideales, no traen sueños, sólo el trampantojo del teatro.
Por fortuna, a pesar del 21% de IVA, la ausencia total de ayudas, la inundación de los Sálvame y otras ‘desculturas’, el teatro continúa latiendo bajo tierra -o en «los tugurios donde no pisan las personas decentes»-, para recordar a minorías insatisfechas y jóvenes que buscan un porvenir para sus almas inquietas, que hay personas (dramaturgos, productores, actores, tramoyistas, sastres, público… ) dispuestos a contar con las palabras del arte qué le ocurre al hombre del momento: al rico, al pobre y al desesperado.
Porque los nuevos matemáticos -impulsados por las universidades que deciden cuál debe de ser el mundo futuro- han convertido al ser humano en un número (o recurso humano) sin matices. Todo lo resumen en un único camino: el que marca el FMI (y Estados Unidos), ese que nos lleva hasta la recuperación económica.
Hace unos días se estrenó en Madrid (ojalá circule por toda España durante cinco años) la obra de teatro «Nada que Perder». Su texto lo firman varios autores, los actores son magníficos porque la emoción nunca decae y su director debe ser excelente porque su mano no se nota. Esta obra, como decenas en los últimos años del Madrid ‘underground’, nos refresca los asuntos del momento que nos quiere ocultar la palabra recuperación: la precarización laboral, la educación con creciente olor a incienso, la ambición convertida en virtud teologal, la competitividad como único camino para el bienestar, la muerte de la crítica….
Esto sí es teatro. Cuidémosle, pues qué será de la humanidad si matan al payaso de la permanente lagrima.