Ayer fue un gran día. Nos dimos cuenta de que tenemos en nuestra mano la capacidad para decidir quién debía ser nuestro alcalde o presidente de Comunidad Autónoma y quiénes no, y lo ejercimos. El derecho a decidir es cosa nuestra, el cimiento mismo que nos permite ser ciudadanos en democracia. El derecho a decidir no es patrimonio de los separatistas que los catalanes han puesto de moda, es un privilegio de todos nosotros: ayer lo utilizamos a destajo. Porque en los últimos tres o cuatro años han pasado demasiados acontecimientos en esta España nuestra, la mayoría terribles.
Recuperemos sólo un brochazo numérico de las consecuencias reales de unas determinadas políticas hechas realidad: somos el tercer país que más ha crecido en desigualdad en Europa, tras Grecia y Portugal; el 18% de nuestras familias vecinas son pobres de solemnidad, y en los años brutos de paro, la devaluación salarial llegó a alcanzar el 40%. Han subido todos los impuestos y hemos batido el récord de movilizaciones laborales y sociales en Europa, muchas más que Grecia. Como consecuencia de estas y otras sajaduras, el dolor ha crecido en nuestro pueblo como la mala hierba: sin orden ni concierto. Y la corrupción que no se ha detenido.
Ahora que las elecciones nos han permitido el derecho a decidir a quién sí y a quién no queremos, es el momento de estar atentos a quiénes ponen al frente del timón de nuestra barca los numerosísimos pactos políticos que se darán. Hemos votado más arrastrados por la sangre que dirigidos por la cabeza y el interés propio, por ello puede que hayamos arrumbado a buenos alcaldes, porque no estaban en el partido adecuado en este momento, y aupado a otros a otros de los que sólo conocemos el humo de sus palabras. Pero era nuestro derecho, nuestro libérrimo albedrío de decidir en libertad.
Las pitonisas han acertado: se abre un nuevo ciclo político. La izquierda que viene rechaza que se la tilde como tal, y la nueva cara de la derecha -que rompe la coraza acerada del PP como si fuera una figura emergente del gran escultor Pablo Serrano- huye del apelativo como Drácula del ajo. Son sin duda unos tiempos en los que naufraga lo viejo y lo nuevo comienza a andar. Nuestro voto fue decisivo: obligaremos a todos a que se empleen en las cosas que nos importan y sobre todo en aquellas a las que aspiramos. La aventura democrática continúa.