El último bocadillo de calamares

Teresa Muñiz. Acuarela s/ papel Fabriano 22,5 cm x 14,5 cm 2008
Fotografía: Teresa Muñiz. Acuarela s/ papel Fabriano 22,5 cm x 14,5 cm 2008
Teresa Muñiz. Acuarela s/ papel Fabriano 22,5 cm x 14,5 cm 2008
Teresa Muñiz. Acuarela s/ papel Fabriano 22,5 cm x 14,5 cm 2008

Hace unos diez o doce días entré en una vetusta licorería de la calle de La Palma, en Madrid. El tiempo, con toda su lluvia de ruina, se había derramado sobre ella. Buscaba un chupito de licor de guindas que en alguna ocasión tome allí cuando fui estudiante, o casi. Hacía muchos años que no lo servían. «Lo dejaron de hacer buuuu…» Pero tampoco tenían muestras de otros néctares. Aquello parecía una tienducha de Bakú cuando Rusia se quedó en cueros tras el derrumbe soviético. También, echándole mucha imaginación, podríamos entrever un cuadro de Hopper con mujer al fondo, velado por las telarañas suspendidas de sus greñas. «Cerramos. Nos echa el dueño del local porque se terminan las rentas antiguas«.»Ah». » Por eso no tenemos de . Estamos de remate». «¿Y una cerveza habría?». «He apagado la nevera. Total casi no viene nadie» .»Ah».

De esta manera tan a sangre entré en ¿el último? conflicto que vive el mundo de las rentas antiguas tan españolas. Luego leí que la finalización el 1 de enero de 2015 de los contratos de estos locales de negocio podría afectar a más de 200.000 comercios en España. ¡Carajo, tantos!. Pinché en Google y los ayes de centenares de carniceros y charcuteros, estanqueros y farmacéuticos, papeleros, zapateros, quiosqueros, colchoneros, gerentes de colmaos y de barrones de churros y bocadillos, me atronaron. No había una ciudad española con su calle principal bien marcada y plazuelas y recovecos al socaire de iglesias, casas blasonadas y otras grandezas que no haya protestado airadamente ante tamaño desafuero: 300.000 abuelos con sus peones, mancebos, ganapanes y demás cagarraches al paro, desertización de centros urbanos, ciudades despersonalizadas y amputadas por la pérdida de esa tienda de muñecas, la sastrería de capas españolas o ese Azules de Vergara al que ya no le compraré más guantes de brega (en realidad no entraba desde que vi colgadas las caras marciales de Franco y José Antonio en sus anaqueles).

Pero pocos les han hecho caso. El periodista escribió su artículo y adiós, el político tienes otras cosas más importantes a las que dedicarse (por ejemplo, a no desaparecer) y el ciudadano arrastra demasiados ruidos como para derrochar la poca compasión que le queda en arrumacos hacia el heladero vecino, que se hizo rico en el local del chaflán y que compró a tiempo su buen espacio donde mudar el negocio justo el 1 de enero de 2015.

Este episodio, como tantos, llega animado por la música de la parte dominadora: los comerciante en este caso. ¿Qué dicen los propietarios decenas de años expropiados, confiscados en sus rentas y congelados? Imposible reproducir incluso sus palabras más prudentes. Este periodista y acaso el director del periódico, tendríamos problemas con los juzgados. «Llevo seis años sin recibir un euro de la cafetería. Me metió en pleitos». «He perdido no sé cuantos millones de pesetas en los 64 años de alquiler de la zapatería. La mensualidad más alta que he cobrado fue de 600€. Pago más de 10.000€ de impuestos al año por ella».

No sigo. Haré algo más provechoso este fin de semana: me pasaré varias veces por la cafetería El Brillante, de Eloy Gonzalo, que también se va otro local ya preparado por el arrendatario. Desayunaré porras del grosor y color del cayado de un pastor pasiego; en el aperitivo, tres cervezas remeonas con cuatro o seis banderillas (en Donosti les llaman gildas, qué diferencia) y por la noche me aplicaré un bocata de calamares con dos o tres copas de tinto a granel que vendrá de Méntrida o por ahí. Contaré la experiencia.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

*

Cerrar

Acerca de este blog