En los viajes organizados es frecuente encontrar sujetos muy pesados y, sólo en contadas ocasiones, personas singulares y curiosas. El invierno pasado hice un viaje de esta manera gregaria a la muy depauperada y sin embargo bellísima Portugal. Nada más bajar del avión un individuo algo estrávico y como deshilvanado me abordó adelantando una sonrisa untosa aunque franca.
– Me llamo Ezequiel Tomás y soy coleccionista de sensaciones.
– ¿De sensa qué?
– Sensaciones, impresiones que producen a las personas esto o aquello.
Me pareció que estaba de coña y le espeté sonriendo:
– ¿Y cómo los atrapas: con red o a mano?
Se puso muy serio.
– ¿Cómo se llama?
– Pepe…bueno, José Nevado.
– Don José, mi trabajo no es ninguna broma. Es tan honrado como el suyo, si es que lo tiene, y con toda seguridad mucho más placentero, edificante y productivo que el suyo. Además, me da para viajar a cualquier parte del mundo y cuando quiero, y me deja buenos ahorros.
Me arrugué un tanto.
– Disculpe es que su trabajo es tan raro que …
– Que le produce descojone, no?.
– No, una vez que voy hablando con usted… Lo que ahora siento es curiosidad. Por favor, explíqueme cómo lo hace mientras llegan las maletas. Ah, soy periodista, un perro oficio que conoce todo el mundo.
– ¿Periodista? Entonces no creo que entienda usted nunca lo que hago. Ustedes unen las palabras a martillazos y tienen la sensibilidad averiada o, en el mejor de los casos, en el culo.
Se dio la vuelta y enfiló hacia el otro extremo de la cinta transportadora que ya vomitaba los primeros bultos. La confusión de aquel encuentro me produjo un golpe de calor volcánico que se me agarró en el cuello y la cara como una fiera. Se me secó la boca y en la cabeza reventó con silencioso estruendo un ¡¡¡Me cago en la puta!!!.
No pude desprenderme del dolor producido por tamaño zurriagazo hasta la segunda copa de la noche. Luego, el buen swing de los amigos, la magia de la solitaria y desconchada ciudad de Oporto y aquellos paseos por la orilla del Douro -espejo de tantas bodegas- me fueron haciendo olvidar el encontronazo con el coleccionista de sensaciones a quien, no obstante, veía todo el día sorteando los grupetes de pasmados que formamos los turistas de acarreo.
De regreso a Madrid se me acercó de nuevo. Me debió de notar en los ojos el bum bum del corazón porque inició su breve parlamento con un: ¡Tranquilo, plumilla!. No te preguntaré por las sensaciones que traes de Portugal. Sólo quería pedirte tu dirección de correo electrónico por si quieres que te cuente más adelante los intríngulis de mi trabajo.
– Claro, claro.
Le di una tarjeta.
-Gracias, tendrás noticias mías. Suerte.
El jueves pasado recibí el siguiente texto:
“Puede que me hayas olvidado. Pero si te digo que soy el coleccionista de sensaciones me recuerdas, ¿verdad? Durante nueve o diez meses te he estado observando; bueno, no exactamente, he leído tus artículos. No están mal, aunque no todos están bien. Si hubiéramos intimado en Oporto, seguro que te habría sido útil porque dispongo de información ingente sobre innumerables materias que ni sospechas. Por ejemplo, no tienes ni idea de cual es el gin tonic que más placer produce a los españoles o la ensalada de tomate que más le satisface. Desconoces por completo por qué la inmensa mayoría de los europeos rechaza la supercocina moderna: mientras más michelines mayor es su repudio. Tampoco has reparado en el porqué gustan tanto las pizzas a la mayoría de las personas o por qué la practica totalidad de los varones andaluces prefieren la Cruzcampo a cualquier otro tipo de bebida. Y así, miles de supuestos. Conozco un sin fin de efectos que produce la vida sobre los hombres porque me dedico a preguntar a todo aquel que se deja –y son la mayoría– por las sensaciones que le producen las comidas o las bebidas, las lecturas, los viajes, el deporte o el estudio y el amor con sus océanos de humores. En fin, todo aquello que hace el ser humano a menudo y de manera consciente.
No te imaginas la enorme riqueza que hay en todas sus respuestas. Transcritas todas ellas, ordenadas después y analizadas se convierten en auténticos relatos mágicos que ningún escritor, pintor, músico o cineasta (ni siquiera poeta) puedan alcanzar jamás. El genio del mundo, su imaginación y el sueño están en la suma de las sensaciones de todos nosotros.
Para que te hagas una idea de mi trabajo recuerda sólo que tengo más de 20.000 conversaciones sobre las sensaciones que producen los helados de hasta 100 sabores en treinta países. Y más de 30.000 sobre cómo remueve el cine de acción. Estos trabajos me los pagan muy bien. Pero ni te imaginas a quienes les interesan. Me los piden algunas grandes agencias de publicidad del mundo, pues los creativos se les secan pronto, varias productoras de cine norteamericanas y, desde hace unos cuatro o cinco años, tres servicios secretos muy conocidos. Recientemente se han fijado en mis tareas algún escritor-fábrica de best seller y dos o tres gabinetes de importantes políticos, pero no creo que estas colaboraciones prosperen: son demasiado torpes para manejarse con la sensibilidad. Pero nunca me ha llamado un banquero ¡con la ayuda que le prestaría!. Así que, amigo, sigue con tu tram tram y haz más preguntas porque, sin ir más lejos, las granadas gustan en España cada día menos y hemos de exportarlas. ¡Qué poca imaginación tenéis los que os las dais de fantasiosos!.
Pura magia.