Churros con Libros, Maridaje de Moda

Teresa Muñiz. Acuarela s/ papel Fabriano 22,5 cm x 14,5 cm 2008
Fotografía: Teresa Muñiz. Acuarela s/ papel Fabriano 22,5 cm x 14,5 cm 2008
Teresa Muñiz. Acuarela s/ papel Fabriano 22,5 cm x 14,5 cm 2008
Teresa Muñiz. Acuarela s/ papel Fabriano 22,5 cm x 14,5 cm 2008

El escritor europeo siempre ha tenido una íntima relación con los cafés y, si apuramos más, con los bares en general y el alcohol en particular.

Largos cafés para inspirarse y reposadas absentas, orujos y coñac para concentrarse. Nuestro continente está repleto de establecimientos en los que se señalan mesas o rincones donde pasaron largas horas de escritura o, simplemente de inspiración y ensueños (o melopeas), los grandes creadores de los tres últimos siglos. París se lleva el honor pero no se quedan atrás: Viena, Roma, Milán o Trieste. Y las más húmedas Berlín, Amsterdam o Dublín.

En Madrid también existen algunos cafés bien famosos, y no hay capital de provincias donde no exista barra o chiscón sin el apunte de que allí pasó largos años de estruje mental tal o cual bate o afamado memorioso local. No voy a traer a este exiguo espacio nombres de conocidos locales en los que grandes autores edificaron obras maestras. La mayoría los encontraremos en Wikipedia y en esas guías turísticas que se acumulan en nuestras casas.

Esta costumbre del autor mezclado con el churro y la pluma persiste hoy, incluso crece a medida que la penuria y la fatiga del poeta o literato aumenta. Y es mucha en los últimos tiempos. La lectura es otra de las gimnasias del espíritu que merma año tras año. Sin embargo, los nuevos escritores (personas tan perfectamente desconocidas como esa joven actriz que hace cucamonas en los jardines de infancia para sobrevivir o aquel vendedor de medicinas que dejó tirado Pfizer) siguen posando sobre la piedra fría de los cafés su ordenador astroso para ahorrar megas con el wifi que por allí sobrevuela. Pero la crisis también agarra por la nuez a estos establecimientos y los dueños ponen las infusiones a cinco euros y hacen bailar el wifi con interferencias con el único fin de ahuyentar a esos soñadores tan gorrones. Como manifestaba uno de los incontables personajes de La Colmena, de Cela (reléanla, continúa siendo insustituible), «los poetas ya no damos brillo a los salones como antes».

Pero este hábito no acaba con la relación del libro con el churro. Ahora son las modas parisinas y nórdicas, tan snob y exclusivas hasta hace poco, de llevar hasta las librerías el café y el vino, el cruasán y la ensaimada, y hasta el gin tonic, las que se imponen en nuestras grandes ciudades. Librerías que son bares, cafeterías donde se husmean libros y se compran cuentos.

Este verano, como larga y apacible primavera hasta esta semana, he disfrutado en varias ocasiones de sensaciones novedosas en algunos de estos centros. Me hizo gracia ver en la librería madrileña Tipos Infames como una chica hojeaba un libro de Coetzee salpicado con gotas de su propio café (¿lo compraría después?, ¿lo dejaría allí sin más?), y como una pareja – primero ella, luego él – besaban una página de la antología «Tierra Inalcanzable» del enorme poeta polaco Milosz, dejando el carmín, rosa y bellísimo, estampado en un poema. También me vi rodeado de personas estupendas, todas ellas íntimas de un poeta atormentado ¡al que le habían editado un libro!, que bajaban atropelladas a su presentación hasta una cava de ladrillo y memoria de carbón. Desde aquella hondonada abovedada pronto subió una voz declamante que decía » … no miraré nunca el tucán de tus ojos carniceros… etc.», en tanto que subían y bajaban con vasos de plástico manchados por el tanino indeleble de las garnachas del Campo de Borja.

En la librería La Central (Madrid) la experiencia fue diferente. Allí, mi mujer y yo – junto con el pintor abstracto, demasiados años ya abducido por la arena del desierto, pero que sin embargo no se destraba de los imanes del infinito y todavía sueña con ser filósofo algún día -, curioseamos durante largo rato mientras dábamos cuenta de unos sandwiches blandísimos y apurábamos varias latas de cerveza. Este es un modelo de negocio muy diferente al minimalista de la librería con café. Aquí es como si en el centro justo de la planta cuarta del Corte Inglés te sentaras frente a una mesa para tomar un zumo de tomate y unas patadas, rodeado de millares de libros. Sensación rara pero muy excitante.

Este combinado parece tener mucho éxito. Tanto que el sector de la hostería formal anda mosqueado y desde su Federación Nacional le buscan las cosquillas porque «todas las ideas son bienvenidas siempre que las normas sean iguales para todos», leo en El Economista. Pero qué reglamento puede entorpecer que una madre se encuentre con «Jack y la habichuelas mágicas» que hará feliz a su pequeño, o que un atolondrado se equivoque, compre El Aleph, de Borges, y luego le cambie la vida para siempre. No, el libro no hace mal a nadie, ni siquiera a los quijotes. Por favor, hosteleros federados no os comportéis como los taxistas con las aplicaciones de móviles que ayudan a compartir viajes por el mundo. No es lo mismo.

TERESA MUÑIZ es asturiana pero hecha en Madrid, donde estudio en laEscuela de Bellas Artes de San Fernado, y vive. Crea y enseña pintura desde siempre. La abstración, el color, la determinación y el misterio son los puntales de su obra. Admira algunas de sus pinturas en su web.

Un comentario en «Churros con Libros, Maridaje de Moda»

  1. La penuria , desde siempre , ha estado vinculada a la literatura verdadera :» Cuentan de un sabio , que un día , tan……» .
    Antes que inconveniente , acicate es , la austeridad . La pureza del escritor como depositario de o aspirante a la trascendencia ha de estar por encima , como poco y por fuera como mucho , del brillo de los salones .
    ¡Como , de mi querida Madrid ,añoro como lo más , sus librerías ( Sin churros) .

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