Camareros Estresados

Teresa Muñiz. Óleo sobre tela 80 cm x 120 cm Año 1988
Fotografía: Teresa Muñiz. Óleo sobre tela 80 cm x 120 cm Año 1988
Teresa Muñiz. Óleo sobre tela 80 cm x 120 cm Año 1988
Teresa Muñiz. Óleo sobre tela 80 cm x 120 cm Año 1988

Escena. Estamos en una terraza de la Plaza Mayor de Valladolid. Puente del 1 de mayo. El tiempo en esa ciudad reina de las nieblas, histórica y bronca, es dual: en la sombra el frío a ráfagas desconsuela, en el sol te aplana la sesera. Pero el juego de sombrillas contrabandea el ambiente hasta hacerlo agradable. La terraza, amplia sin exagerar, pronto comienza a inquietarse. Las dos camareras jóvenes, serias y azoradas, no llegan a tiempo. La comanda se hace esperar, el primer plato se demora más de media hora y el segundo…ufff… Pronto las mesas se observan unas a otras, el desvarío es general. Algunos se levantan hartos de esperar, otros desesperan mientras se les secan los sesos. Las camareras conscientes de que la cocina no tira y que ellas no son la diosa Shiva de los mil brazos, comienzan a inutilizar mesas. En pocos minutos nos quedamos varados en mesa de nadie: un plato tieso, una copa de vino lamida y sin agua. Los que llegaron llenos del restaurante aledaño, esperan a un gin tonic imposible y un grupo de chicas se secan al tiempo que crecen las telarañas en sus vasos de cervezas tan apurados. De improviso, un tipo que parece ser el encargado, estiradillo con pinta de chuletilla del harapo, vocea a una de las camareras. ¡Cómo canceláis mesas habiendo tanta gente! La cocina no puede. ¿Cómo que no puede?, eres tú y ??? (No recuerdo el nombre que pronuncia) que sois unas vagas. La chica humilla la mirada, hunde el mentón y enfila hacia el interior del restaurante. Si entras sin llevar un plato, no vuelvas más. Te cambias y te marchas.

Comentario. Esta escena se ha hecho costumbre en los millones de terrazas que pueblan nuestras calles y plazas. El mismo número de personas que sirve sala y calle – y esos cocineros que más parecen galeotes que artistas del perejil y el sabor – atiende tanto en días mediocres como en jornadas de bulla. Si la cocinera se torció un tobillo, la sustituye un pinche, o un camarero cocinillas o ese dueño patoso y chillón. Y cuando en ocasiones llegan refuerzos, suelen ser de aventureros urbanos colgados de un clavo ardiendo por la necesidad. Sí, la crisis de la restauración se ahonda en los días de abundancia por la imprevisión, el cutrerio y la sobreexplotación del personal.

Claro que no todos los locales se manejan de esta guisa tan estresante e insatisfactoria para el cliente y el servicio. Varía según que el tipo de negocio sea familiar, franquicia, sociedad cooperativa, concesión temporal, etc, la ciudad o el barrio, y también la temporada. En general, funcionan mejor los familiares pequeños que tienen alguna especialización y un dueño con criterio y mando. Los peores son las franquicias de “al avío que se va el tío” que su único fin es hacer caja rápida sin importar la tembladera y ojeras de camareros/as y el estómago del cliente. Y luego está la historia, la costumbre y la actitud del personal. Por ejemplo, no es recomendable entrar desmayado a un restaurante con mantel de hilo en Canarias porque las bilis se te pueden desatar o la hipoglucosa hacerte caer en un desmayo, pues el primer plato no llega nunca. O, al contrario, no entres relajado e indeciso a un bar de Sevilla, ya que la cruzcampo vuela hasta tu boca sin necesidad de pedir. He conocido negocios extremos como ese bar del centro de Madrid en el que pagando doce euros tienes barra libre de copas y cerveza hasta las dos de la madrugada o camareros tan extraordinarios como el australiano en la Expo de Sevilla que salía de la cocina cargado con 21 platos de chuletones en cada viaje. También un coctelero cubano que preparó más de ochocientos mojitos en una hora para atender “a una fiesta burguesa” en los jardines del Hotel Nacional.

Epílogo. Esto de la restauración es algo más que un mundo elevado sobre la tierra que toca a miles de culturas, es la pasión humana más exagerada después del enamoramiento. Pero ahora, en tiempos de tantas riadas sociales, en demasiadas ocasiones se transforma en un desolado campo de batalla en el que ni siquiera queda en pie un Pirro. No sé por qué me viene ahora a la memoria ese genial personaje que creara Peter Seller para El Guateque (The Party), esa obra maestra del cine. El sí se anticipó a los tiempos, pues sólo muy borracho o atolondrado se puede pasar algunas tardes y noches de terraza.

TERESA MUÑIZ es asturiana pero hecha en Madrid, donde estudio en laEscuela de Bellas Artes de San Fernado, y vive. Crea y enseña pintura desde siempre. La abstración, el color, la determinación y el misterio son los puntales de su obra. Admira algunas de sus pinturas en su web.

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