Cocina cubista

Teresa Muñiz. Sin título. Acrílico sobre tela 1.62 cm x 1.62 cm. Año 2010
Fotografía: Teresa Muñiz. Sin título. Acrílico sobre tela 1.62 cm x 1.62 cm. Año 2010
Teresa Muñiz. Sin título. Acrílico sobre tela 1.62 cm x 1.62 cm. Año 2010
Teresa Muñiz. Sin título. Acrílico sobre tela 1.62 cm x 1.62 cm. 2010

País descoyuntado el nuestro: chuta fogosa la cocina de vanguardia (con su infinito arrastre de aprovechados y, también, de menesterosos) en el tiempo mismo en que se cuela el hambre por las rendijas de las puertas de los hogares más pobres. Alcanzamos tantas estrellas michelín, medallas y galardones internacionales como demandas angustiosas realizan las organizaciones humanitarias. El refinamiento y barro coinciden, pues, en el mismo espacio y tiempo. El primero rebasado por tanta luz, el segundo opaco como la noche sin futuro que espera.

Nuestros cocineros (las ollas de moda) llenos de talento y osadía se han embarcado en el jet del couché y el glamour de sus publicistas y dan mil vueltas al mundo realizando exhibiciones. Nos dicen que conquistan Nueva York y hasta con Hong Kong se atreven. Y llegan a las universidades que destilan las ideas del mundo como Harvard. Son la vanguardia de España, los achatarradores de la cocina de carbón a la que robaron la memoria con el sabor, el gusto y sus aliños dentro. Hacen que todo se macere y cueza en sus ordenadores, aunque todavía se dejan ver por el huerto familiar, la pescadería rutilante del barrio y ese puesto del mercado vecinal.

Cuentan que Ferrán Adriá es a la cocina lo que Picasso a la pintura: dos revolucionarios enamorados de lo clásico al que devoraron entre llantos. También se afirma que los hermanos Roca están tan enamorados de su cocina expresionista que no se atreven – todavía – a soplar la niebla luminosa de sus platos y ahogar tanto nenúfar con una lluvia de determinación violenta. Y luego está David Muñoz, el nuevo Dadá de los fogones, ese que – sostienen – ha abierto la cocina al surrealismo, o sea, a la imaginación total y al deslumbramiento. Sí, estos y muchos apóstoles – que con tanta fijeza observa papá Arzak -, como el inquieto viajero Dani García, el bucólico Aduriz o el atlántico Rafael León… tiran de ese carro de Elías al que se han subido los productores y tenderos más espabilados y que tanto apoya (¿le queda algo más?) la llamada Marca España.

Pronto veremos las consecuencias de tanta conmoción. Los dueños del relato de esta aventura de conquista anticipan grandes retornos, pues la cocina de excepción llama al producto, el producto a la marca, la marca al país, el país…. al éxito. Parece el cuento de la lechera pero los triunfos llegan arrastrados por esos bueyes, argumentan.

Por el momento no sólo no molestan, sino que animan. Sin embargo, poco a poco, voy coleccionando pequeñas decepciones ante tanto tráfago de inteligencias culinarias. Casi todas me llegan desde el súper o el mercado de barrio: se encarecen los productos sencillos, los más fáciles de obtener, los más discretos y humildes. La borraja vuela, la coliflor se dispara, la berza desaparece y el nabo está con los satélites. No hablemos de especias o adornos. El 31 vi un manojito de romero, incluso pequeño para lucirlo en el ojal, que valía 1,19€.

Que la moda no arrase con los básicos cómo ya hiciera con garbanzos y alubias y con ese mar infinito de sardinas, boquerones, chicharros y rayas. Que deje a los pobres algo de aquella memoria de la vieja cocina española, que no los arroje a la pasta con tomate y hasta esa alimentación seca fabricada con la misma ecuación, aunque presentada con diferentes ropajes, que cada día que pasa se parece más al pienso.

TERESA MUÑIZ es asturiana pero hecha en Madrid, donde estudio en laEscuela de Bellas Artes de San Fernado, y vive. Crea y enseña pintura desde siempre. La abstración, el color, la determinación y el misterio son los puntales de su obra. Admira algunas de sus pinturas en su web.

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