La Valenciana

La policiá en los pasillos del ente público el día de su cierre. Foto de BENITO PAJARES
Fotografía: La policiá en los pasillos del ente público el día de su cierre. Foto de BENITO PAJARES
La policiá en los pasillos del ente público el día de su cierre. Foto de BENITO PAJARES
La policía en los pasillos del ente público el día de su cierre. Foto de Benito Pajares

Vemos imágenes muy emotivas de los trabajadores de la radio televisión valenciana (RTVV) defendiéndose con la voz y las carreras del cierre de su centro de trabajo. Parece una agitada lucha romántica en pos de causas nobilísimas: la libertad de expresión y el empleo. También – de no estar avisado – se podría entender que se trata de la ruptura de las últimas ventanas que acceden al búnker de un régimen autoritario. Imágenes hemos visto que recuerdan la caída de Ceausescu y la toma de la televisión estatal rumana por la libertad, o la experiencia ucraniana y su largos días de revuelta naranja. A ratos, también traen gritos escapados de las plazas revolucionadas por las primaveras árabes. Pero no. No se trata de nada de ello. La carrera de la portavoz – y activista a la fuerza – de los damnificados por el accidente del metro de Valencia en el que fallecieron 43 personas hasta el plató de una televisión al límite, no es el triunfo de una heroína silenciada durante años, sino la gloria inútil de la derrota.

Tras el cierre de la RTVV no cae un régimen, ni se abren nuevas esperanzas, sólo se apaga la pantalla de un medio de comunicación que durante 20 años fue el ejemplo más acabado de lo que no debe ser un medio de comunicación: manipulación, corrupción y megalomanía. Claro que deja en el paro a más de 1.600 personas (que nunca debieron de ser tantas), un sector audiovisual en la Comunidad Valenciana destinado al óxido y la certeza del fracaso más clamoroso que una administración pública haya alcanzado jamás en nuestra democracia. Sólo ejemplos tan abominables como el de Jesús Gil en Marbella o Esperanza Aguirre y sus cuates en Bankia podrían darle la mano.

La actitud hoy de los trabajadores también escuece en el pecho de sus colegas (y muchos más que no lo son). ¿Qué hizo la mayoría de ellos cuando la valenciana era una Tómbola proclamada?. Sólo un puñado levantaba la voz. Pero, ¿cómo podían ser oídos entre tamaño coro de esclavos?. Los medios de comunicación faltos del oxígeno de la libertad y la independencia económica terminan por sucumbir salvo en las dictaduras. Aquí sólo ocurrió que el régimen se quedó tieso de pasta. Nada más.

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