Vino español, por favor

Teresa Muñiz. Modificable. Acuarela sobre papel 57 cm x 77 cm Año 2005
Fotografía: Teresa Muñiz. Modificable. Acuarela sobre papel 57 cm x 77 cm Año 2005
Teresa Muñiz. Modificable. Acuarela sobre papel 57 cm x 77 cm Año 2005
Teresa Muñiz. Modificable. Acuarela sobre papel 57 cm x 77 cm Año 2005

Escucho por la radio que los lagares manchegos no alcanzan a molturar tanta uva como les entra, que los remolques de centenares de tractores conforman hileras kilométricas delante de bodegas y cooperativas, que hasta los «sinfines» de Felix Solís, en Valdepeñas, anuncian que podrían parar porque ya rebosan sus ciclópeos toneles de aluminio. Es de suponer, por tanto, que la caravana de uva amontonada es larguísima y los pueblos manchegos olerán a mosto como hacía cuarenta años cuando el acarreo se hacía con mulas y largas harrias de burros.

Extraña esta estampa en 2013. De nuevo la imagen de nuestra vendimia dominada por la cantidad, el acarreo indiscriminado, el mosto chorreando con sus millares de moscas a la liba. ¿Tan poco hemos aprendido en los últimos veinte años?. ¿De nada sirvieron el arranque subvencionado de cepas, la renovación masiva de las bodegas, las lecciones de los enólogos, los reiterados desvelos de aquel presidente eterno llamado Pepe Bono?. En ocasiones parecemos niños traviesos y testarudos apegados a la tradición y la costumbre para siempre jamás.

Es verdad que Castilla-La Mancha viene criando vinos formidables en los últimos tiempos, pero su seña de identidad continúa siendo la cantidad: el vino como inundación. García Carrión y Felix Solís son grandes exportadores de vino, sí , pero escasamente a un euro el litro. ¿Por qué?.

En este como en otros sectores productivos continuamos siendo excesivos. Tenemos más superficie de vides plantadas (más de un millón de hectáreas) que ningún país del mundo y acaso más bodegas con denominación de origen que nadie (más tres mil), pero no somos los mayores productores de vino ni quien más vende en el mundo. Ni siquiera los que más bebemos. De igual manera nos ocurre con el aceite de oliva, con nuestros granos, con la huerta y la fruta: minifundios de enseñas que sólo sirven para confundir a la memoria en medio de océanos de graneles que enriquecen a las grandes marcas.

Ahora, después del cosechón, vendrá el llanto de los productores de uva, pues el precio se hundirá, y mañana será el socio de la cooperativa quien maldecirá cuando esté obligado a tirar el precio del vino nuevo.

Menos mal que el buque insignia de eso que pronto dará identidad a España, la cocina, encara su viaje por el mundo con otro valor: la unión. La mayoría de nuestros reconocidos cocineros se respetan entre ellos, acuden juntos a las exhibiciones y se dan la mano en la promoción. Y conciertan salones por todo el mundo para descubrir sus novedades y alumbrar con su talento. Fuera de España comienza a hablarse de la cocina española. No sólo se reconoce a El Bullí, El Celler de Can Roca, Aponiente o el magisterio de Dani García (de bolos por el globo hablando de gazpachos, aceite y risas). Sin ir más lejos, la segunda semana de octubre compitieron en la Gastronomika de San Sebastián sobre las diversas maneras de dar vida a los platos. Ingenio, técnica, sorpresa, humor y osadía hasta hacer bailar una galleta o freír con mohos.

Sin embargo seguimos atascados en los lagares del vino. Se defienden las marcas legendarias y los vinos legionarios que acuden a la conquista de la China en alpargatas. Pero el vino español aún está por concretarse como una idea en la mente y la boca de los bebedores del mundo. Francia tiene su buqué , Alemania su abundancia blanca, Italia se parapeta en las bodegas de las trattorías que atestan el mundo, California se coge de la mano de Hollywood, Chile impone su carácter y hasta los irregulares caldos de Mendoza los tenemos por vinos de Argentina. Alguien debe parar la lógica aldeana de nuestros cooperativistas y bodegueritos de malvasía, pues ni siquiera el mejor vino que se ha creado nunca en España, el que ahora bebemos, puede con ellos.

TERESA MUÑIZ es asturiana pero hecha en Madrid, donde estudio en laEscuela de Bellas Artes de San Fernado, y vive. Crea y enseña pintura desde siempre. La abstración, el color, la determinación y el misterio son los puntales de su obra. Admira algunas de sus pinturas en su web.

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