

Con la edad nos hacemos más predecibles. Es una pena conocer con tanta precisión lo que te gusta y lo que no, porque te pierdes el resto, es decir, casi todo. Viene este mejunje de coco a propósito de la última estancia hotelera que he tenido. Verán.
Un amigo de la facultad llevaba años años queriendo contarme algo, una historia antigua de cuando éramos universitarios y alborotábamos juntos, pero que yo olvidé y a él le tenía colgado. Nunca me anticipó nada del asunto. Me lo desvelaría en persona una tarde o en una cena cerca de su casa.
Hace unos días le dije que, de paso para Bilbao, podríamos vernos. Se alegró hasta el grito. A la hora recibía por correo electrónico la reserva del hotel donde cenaríamos y yo dormiría.
A las siete de la tarde el sol era oblicuo y sus líneas de luz las proyecciones más perfectas de la naturaleza. Algunas dibujaban mariposas violáceas en la mejilla de la recepcionista rubia. Y las mesas y las sillas y las lámparas y los vasos de dos Campari enamorados bailaban literalmente en un salón espacioso que parecía inmaterial gracias al juego mágico de la luz, sus rectas de cristal y los botones oblongos de color rojizo de sofás y alfombras. Minimalismo mágico a 85 euros más IVA la noche. Cuatro estrellas refulgentes en el centro mismo del parque empresarial, o las afueras más prometedoras de la ciudad.
La cena hablada fue un rollo. Todo el problema de mi atribulado amigo se reducía a que había olvidado el apellido de Lourdes. Pero el hotel no era ningún rollo. Era algo para fijarse y reflexionar. Sin ir más lejos, para cenar nos recomendaron vivamente un tinto ¡de la Serranía de Ronda!. Uvas tinta, garnacha, syrah…Vamos, una bomba en el centro mismo del polígono. No anoté el nombre. ¿Payoya quizás?. Compartimos una menestra de lujo. O al menos así la disfruté. El cocinero había conseguido que pudiera diferenciar la personalidad y la textura de cada una de las verduras, lo que me permitió construir el sabor del plato en la boca a mi manera.
También nos sirvieron morcilla emulsionada con menta y caramelo de la que mejor no hablar. Luego el café. ¡El sigue tomando café, qué bravo!. Y un chupito, que fueron dos, de ron venezolano.
Tuve una dormida espacial. El colchón parecía fabricado para los muertos. Quiero decir para los que quieran hacerlo todo – amor, vida, trabajo – en la cama. Eso sí, no pude encender el televisor gracias a la magnífica sofisticación técnica, ni atemperar el aire. Pero nada de ello me pesó, era el protagonista indiscutible de aquella película.
A las ocho de la mañana abrí la ventana de la terraza. No atendí ni a la temperatura externa ni a mi desnudez. No fue posible. Literalmente se abalanzó sobre mi un paisaje de grúas descabaladas en el horizonte próximo, agujeros de cimentación que parecían excavados por la explosión de bombas de 2000 kg y una residencia de ancianos de la que se alzaba el sonido de una campanita. También una inmensa nave de la que se desprendía un diluido y formidable neón con el nombre de Juan no sé que, y varios conatos de avenidas hilvanadas con farolas como jirafas pasadas por lejía. Había algo de circulación, sí. Pequeños utilitarios de guardas jurados y luego una cierta caravana de coches muy lenta. Adiviné que era un funeral porque el primer coche venía forrado de coronas.
Sentí frío y volví a entrar en la habitación. ¿Pero dónde estoy?. Ya en en coche camino de Bilbao procuré información. Hay decenas de hoteles de esta guisa en España. Pretenciosas avanzadillas del lujo a buen precio que el reventón de la burbuja dejó en medio de la nada. Quieren reinventarse antes de cerrar ofreciendo como incentivo su propio fracaso. Nadie sabe que acabará siendo de ellos. Pero existe un puñado de encorajinados dispuestos a aguantar como resisten los oasis entre los mares de arena. ¡Que dios les ampare!.
P.D.- No doy el nombre del hotel porque no les advertí que escribiría sobre él. ¿Quién podía imaginar un paisaje a lo Mad Max en la España Húmeda?. Siempre aviso con antelación cuando tengo intención de escribir un comentario. Es lo correcto. Cuando se está apercibido de la visita del crítico todos se ponen las mejores galas. Ahí quiero verlos.
TERESA MUÑIZ es asturiana pero hecha en Madrid, donde estudio en laEscuela de Bellas Artes de San Fernado, y vive. Crea y enseña pintura desde siempre. La abstración, el color, la determinación y el misterio son los puntales de su obra. Admira algunas de sus pinturas en su web.
Muy bien descrito ese minimalismo que juega a modernista, que produjo una burbuja de albaniles convertidos en arquitectos sobre desiertos de hormigón que nunca supieron ni sabrán lo que es un paisaje. Fachadas de cartón piedra que ocultan el espantajo del vacío cultural y la indecencia.