El ron quiere embrujarnos de nuevo

Teresa Muñiz. Sin título. Acrílico sobre lienzo 70cm x 100cm
Fotografía: Teresa Muñiz. Sin título. Acrílico sobre lienzo 70cm x 100cm
Teresa Muñiz. Sin título. Acrílico sobre lienzo 70cm x 100cm
Teresa Muñiz. Sin título. Acrílico sobre lienzo 70cm x 100cm

Leo por casualidad que Madrid celebra estos días un Congreso Internacional del Ron. El formato sale de la misma paridera que la mayoría de estos saraos comerciales: múltiples enseñas – algunas de postín – catas, premios y la búsqueda de buenos comerciales que promocionen los flamantes productos. Pero, entre el batiburrillo de marcas y sus afanes, leo que el ron quiere ser la bebida espirituosa más consumida del mundo en los próximos tres o cuatro años.

Entonces recordé otras batallas alcohólicas por la primacía del mercado:

La de las ginebras (gin tonic) que desplazaron a los brandys de Jerez en los ochenta y la del whisky escocés que arrinconó, a su vez, a los aromas del enebro en los noventa. Luego la época dorada del ron, entre la agonía del XX y el nacimiento del XXI, que hizo recular a nuestras benditas MG, Rives y la todopoderosa Larios. Finalmente, el imparable contraataque de la ginebra de los últimos años hasta constituirse en la bebida hegemónica y reverenciada que se disfruta en innumerables salas, inundadas de luces polares, y atendidas por muchachas hermosísimas que se afanan entre hielos y botellas y se quedan prendidas en nuestras retinas sin remisión toda la noche.

El ron, pues, pasa al contraataque de nuevo. Protegido por la coraza caliente que le da manar en el Caribe, derramará sus aromas y quebrará dulcemente los hielos de Occidente. Y en el Índico y el Mar de la China, en Filipinas e Indonesia este aguardiente de caña hará más llevaderos los monzones. Porque el ron no es solo cosa de caribeños, blanquitos europeos y americanos ansiosos. Sus melazas destiladas abundan tanto en Oriente que algunas de sus enseñas, como Ron McDowell’s o Ron Contessa, son de las más vendidas del mundo. Además, se ayudan de los grandes distribuidores de bebidas ingleses y holandeses, los mejores del mundo todavía.

Volverán por otra larga temporada las historias del ron, de la misma manera que hasta hace unos días nos arrullaron con cuentos ecológicos de las ginebras. Acudirán proyectando sorpresas de sabor y marcas, como Catavio, Ocumare, Cubaney… y una noche que no hayamos visto el telediario, decidiremos pasar por La Ronería de Madrid, pongamos por caso, para tomar un trago distinto y descubrir que el cielo cambió de color.

Porque el ron ayuda a ser el protagonista de todos los sueños con solo presentirlo. Nace al mundo que sobrevive a la II Guerra Mundial de la mano de la fantasía del cine, de los correteos guerreros por la cubierta de bergantines y falúas de piratas, corsarios y otras mugres con parche en el ojo, pero que se llamaban Errol Flynn, Burt Lancaster, Gregory Peck o Marlon Brando. Estos dioses fuera de la ley y sin otro destino que la supervivencia, bebían ron y poco importaba lo que fuera ese menjunje, y menos a qué rayos supiera. Lo engullían ellos y bastaba.

A partir de estos episodios, todos tenemos una historia o mil colgadas del ron. Casi todas amables. Historias sin asomo de desgracia a diferencia de las que propina el amor, y dispuestas siempre al olvido si es que llegan a molestar un día. El ron para los jóvenes españoles que salíamos del cascarón oscuro de nuestros pueblos y barrios polvorientos, sabía a esencias más elevadas que la lima, la canela o las lágrimas de los orejones. Fue nuestra furtiva primera desobediencia, la mano de la tentación que nos trasladó a otros mundos, el golpe silencioso que rompió nuestro particular espejo de Alicia. Sí, era un ron malo, casi siempre Bacardi blanco, que sabía a algo parecido a lo que debió ser la tafia marinera de los británicos cuando dominaban los mares, pero era nuestro mal sabor diferente que nos sacaba del vino remontado de las tabernas y esas cervezas ratoneras que arañaban como aulagas.

Luego vimos llegar rones excepcionales. Todos parecidos pero ninguno igual, como la belleza o el buen vino. Y centenares de cócteles y millones de manías sobre cómo tomarlos. Para mí el ron, incluso el blanco de cóctel, se debe tomar con poco o ningún hielo. Pero frío. El Habana 7 lo mantengo siempre en el frigorífico, pero el Cubaney Centenario lo guardo en el sagrario de casa y lo tomo, muy de cuando en cuando, en un vaso exacto al que servían el whisky a John Wayne. A diferencia del legendario vaquero, que lo engullía, lo tomo solo y con lentitud, a pequeños mojalabios, y buscando entre las emociones que te regala los mejores ojos de la noche.

Un comentario en «El ron quiere embrujarnos de nuevo»

  1. Querido Pepe, creo que te has olvidado de un ron genuino y español, concretamento el RON MONTERO, que se fabrica en Motril. Eso si muy pocas botellas, una pequeña producción. Es solo un matiz.

    Un abazo

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