La Trufa y el Pecado

Teresa Muñiz. Rasgo oscuro y blanco. Acrílico sobre papel. 90cm x 90 cm. Año 2003
Fotografía: Teresa Muñiz. Rasgo oscuro y blanco. Acrílico sobre papel. 90cm x 90 cm. Año 2003

 

Teresa Muñiz. Rasgo oscuro y blanco. Acrílico sobre papel. 90cm x 90 cm. Año 2003
Teresa Muñiz. Rasgo oscuro y blanco. Acrílico sobre papel. 90cm x 90 cm. Año 2003

Llega de nuevo la entrega de los Óscar. La gente del cine, la farándula de Hollywood, los reyes del glamour y los poseedores del talento más musculoso para el espectáculo de la tierra, esos, los colegas norteamericanos de nuestros cómicos, ésos que Montoro amenaza con mirarles las cuentas, ésos mismos digo, tomaron pollo con trufa en la cena de entrega de premios. ¡Qué tíos!, trufa negra para ahogar el sabor blando de los pío, pío; trufa negra para inundarse del aroma más sexi del mundo; trufa negra con la que marear la noche angelina.

Sí, porque la trufa como todo buen hongo antiguo, mágico y secreto encierra mil memorias y millones de cuentos. Ahora, su cultivo intensivo le ha quitado prestigio. Pero continúa siendo presa del deseo y unida a un cierto exotismo y desenfreno.

Mi relación con la trufa negra viene de muy lejos y muy niño. Todo arranca con el braceo agilísimo y muy nervioso de las patitas del Tuli en la calva próxima a una carrasca. Buscaba algo, olfateaba más… temblaba de ansiedad. Al cabo, el abuelo José apartó con suavidad al zarzalerillo y metió la mano en el hoyo. Sacó una especie de castaña terrosa y húmeda.»Es una trufa. Hacía años que no las veía». Aquel día el aperitivo fue de láminas de trufa a la sartén con aceite de oliva y sal volcadas sobre un trozo de pan de campo bravo y apretado de miga. «Toma». Con el primer bocado se me ahogó la boca, la garganta y el pecho. La intensidad demoníaca de las laminas de aquella «patatita negra» me recordaron al veneno y al pecado. Y su olor dominante y desmedido inundo todo el cortijo. Tendría siete u ocho años. Aquello era la sierra alta y más húmeda de Córdoba. Y tarde más de veinte años en vérmelas otra vez con las trufas.

Este segundo encuentro se produjo en la Toscana, a una hora escasa de Florencia en coche. Era una trattoria modesta cercana a la carretera y aupada sobre un montículo que divisaba pinares y almendros. Acompañaba a Enrique Barón.»Prueba pasta a la trufa, esta uuuuhhhmm». «No creo que me guste».»Tú, prueba». No lo voy a describir. Anotaré solo que en ese instante reparé en que era con certeza un pecador, o mejor dicho, que disfrutaba con el olor, el sabor y la seducción del pecado. Recordé el viejo tormento tan odiado de mi niñez y de una mascada lo transformé en gloria.

Hace dos o tres años vi un reportaje en televisión que me acercó de forma sobrecogedora al momento que viví con mi abuelo José y el Tuli. Un padre con su hijo y un chuchete repetían una escena casi idéntica a la vivida por mí en la finca de El Furrianco. La emoción me agarró por la garganta pero pronto se desinfló en forma de decepción: la escena se producía en un campo preparado para el cultivo de trufas. Sus finísimas encinas aventaban alineadas como los olivos arbequinos y aliviadas por una gruesa goma negra de goteo.

Lo que pierde la trufa cultivada en relación con la silvestre se gana en la cantidad de humanos que pueden disfrutarla. Es verdad que la trufa de mi infancia era el equivalente al pecado más nefando, pero también se puede, y se debe, convivir y disfrutar con el venial.

Creo que es ese poder maléfico, ese regusto a pasión y sexo esperanzado que porta la trufa  lo que la lleva a estar  junto a las personas que les gusta vivir intensamente, los disfrutones, los jóvenes y las mujeres que no se dejan atrapar por el deber y el tedio. Por ello estoy seguro que los 1.500 asistentes a la cena de los Óscar bailaron luego hasta altas horas de la noche. Y algunos brindaron al alba con Ava Gardner y Frank Sinatra cuando se retiraban a dormir mesándose la borrachera y clamando «¡Nunca más, nunca más, Frankie, esta es la última, la última!.

TERESA MUÑIZ es asturiana pero hecha en Madrid, donde estudio en la Escuela de Bellas Artes de San Fernado, y vive. Crea y enseña pintura desde siempre. La abstración, el color, la determinación y el misterio son los puntales de su obra. Admira algunas de sus pinturas en su web.

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