Paseo por la Edad Antigua

Teresa Muñiz. Sin Título - Acuarela sobre Papel - 76cm x 56 cm - Año 2007
Fotografía: Teresa Muñiz. Sin Título - Acuarela sobre Papel - 76cm x 56 cm - Año 2007

 

Teresa Muñiz. Sin Título - Acuarela sobre Papel - 76cm x 56 cm - Año 2007
Teresa Muñiz. Sin Título - Acuarela sobre Papel - 76cm x 56 cm - Año 2007

Parecen mirlas pacíficas y ligeras de cara blanca cuando se la destapan. Bajo sus mortuorios faldones asoman destellos de las mujeres actuales: zapatos de tacón hasta las nubes y manoletinas de filigrana. Suelen entrelazarse las manos al pasear y siguen a las madres prestas. Cuando se arraciman en grupo se oyen risas, ayes y alboroto a su paso y, sin que te apercibas, te escrutan de refilón con sus ojos perfilados como óleos morenos. Son sombras oscuras de mujer a las que nada se les pasa. Y nuestras amigas occidentales cuentan que en  los baños públicos se acicalan con algarabía cual pimpinelas felices.

Así nos reciben las mujeres  cataríes. Quizás un reflejo avanzado (?) del integrismo islámico wahabita, quizás el dolor más certero de un pequeño país asquerosamente rico.

Luego está todo lo demás, un sindios para el ojo occidental. Catar es un Estado en obras, que diría uno de los últimos ministros de Franco más carcas, que asombra incluso al español que tanto ladrillo ha visto crecer y tanto daño le hace ahora en su caída en tromba de cascotes.

En la capital, Doha, se amontona casi todo este pequeño Estado de los Emiratos Árabes. Destaca por la formación en línea de un ramillete de rascacielos (skyline) y por sus legiones de albañiles con sus correspondientes bosques de grúas y procesiones de volquetes y camiones. Todo son zanjas, esqueletos de edificios y kilométricos lienzos de viviendas unifamiliares cercadas e impávidas.

En esta ciudad no hay tiendas ni negocio alguno que asome a la calle, ni más luz en la noche que el blanco mortecino de bujías que más bien parecen palmatorias. La gente va a los mall, esos gigantescos, horteras y plastificados centros comerciales que ofrecen desde las tiendas chic de marca hasta la hamburguesería de carne de cordero. El alcohol no se sirve en lugares públicos, sólo en hoteles escogidos para extranjeros. La mano amable que te sirve es toda foránea. El natural catarí es un trasunto atorrante del ciudadano romano del imperio, que sólo se exhibe y consume y casi nada hace. Se supone que dirige los negocios del Estado y los suyos propios. El lomo lo ponen centenares de miles de asiáticos que llegan desde el Paquistán hasta Malasia pasando por Nepal y Filipinas.

Aspiran a todo. Quieren llegar al cielo no sólo construyendo los edificios más elevados. Trabajan para continuar siendo ricos hasta la eternidad. Y para ello han comenzado su propia hégira que los conducirá hasta su edén eterno. Los excedentes de este Estado clavado sobre un arenal que baila sobre una bomba increíble de gas y petróleo, son colocados en los mejores negocios del mundo. Y para ganar visibilidad, respeto y prestigio internacional organizan operaciones de marketing tan descomunales como es la celebración del campeonato mundial de fútbol de 2022.

Nadie siendo solamente muy rico se había atrevido a tanto. Porque, veamos, Catar es un país de poco más de 11.000 km, con algo más de tres millones de habitantes de los cuales sólo el 20 por ciento son ciudadanos cataríes. Lo importan todo, salvo la energía, y no tienen más historia que vagas leyendas beduinas y el afán de sus buscadores de perlas en el Pérsico. El edificio más antiguo que se puede ver en Doha data de 1982, el vaho de la historia no se nota en sus calles y es el islam con sus traiciones el que da carácter y forma a un país que sólo es rico, inmensamente rico.

Pues bien, esa osadía, ese ambición del Emirato, donde reinan la familia Tanni y sus élites formadas en Occidente, se ha fijado en España por su fútbol y por las posibilidades de ciertas firmas internacionalizadas como Iberdrola para que le ayuden a subir un escalón más en su camino hacia el Olimpo. La todopoderosa QatarFoundation se estampa en el  frontal de las camisetas del Barça con tanto éxito que los cataríes consideran  al equipo culé como algo suyo y sus futbolistas son los precoces dioses de un país que apenas ha comenzado a gatear por la historia. La federación española de fútbol también es su aliada, y su presidente Villar un forofo de los caballos, los halcones, el gas y el desierto. Su voto a favor de la celebración del mundial en el pequeño Emirato fue tan apasionado como el de Platini y tantos otros sobre los que ahora se descuelgan músicas turbias.  Esta es la amalgama de la que se extrae el porqué fue a jugar la selección española de fútbol a Doha un amistoso con Uruguay.

Habrá que seguir el relato increíble que se escribe en el Emirato. Caminan a toda leche a golpe de dólares. Los mejores del mundo se ponen a su servicio tras jugosas transferencias, y los alimentos frescos vuelan a diario para que el mejor pescado no pierda nunca el brillo de su ojo. Los más grandes jugadores de la tierra, que ahora son españoles, cumplieron así con el papel que les proporciona la historia del momento.

Arrastro, no obstante, una duda desde el momento mismo en que los vi en el avión de regreso recostados en sus asientos, sudorosos, cansados y con un punto de ausencia. Me recordaron a los míticos gladiadores romanos, esos forzudos y agilísimos guerreros de circo que se exhibían en las principales ciudades del Imperio para distraer y entretener alas masas y, sobre todo, hacer inmensamente ricos a los dueños de sus caravanas y todos aquellos que se servían de su espectáculo.

Pero existen enormes diferencias. Nuestros futbolistas de élite son hombres libres y muchos de ellos también ricos. Sólo advierto una similitud clara: gladiadores ayer y futbolistas hoy ayudan a que otros amasen poder y fortuna. Deberían ser más exigentes a la hora de negociar su estipendio por más que en la grada no se entienda.

En fin, Catar celebrará su mundial en 2022. Seguramente en enero porque de lo contrario se cocerán todos. Para entonces esta pequeña nación tendrá no menos de 15 estadios para la envidia del mundo y habrá levantado la ciudad más a la vanguardia de la tierra. Puede que sus negocios por el mundo se hayan multiplicado por cinco y que su emir haya rozado la cara de dios con su mano derecha. Puede. Pero seguirá siendo imposible ver la libertad pasear por las avenidas de Doha y que sus muchachas dejen ver sus modelos de alta costura y sus risas en restaurantes y plazas. Ese objetivo no aparece en su plan estratégico que los lleva hasta el cielo.

TERESA MUÑIZ es asturiana pero hecha en Madrid, donde estudio en la Escuela de Bellas Artes de San Fernado, y vive. Crea y enseña pintura desde siempre. La abstración, el color, la determinación y el misterio son los puntales de su obra. Admira algunas de sus pinturas en su web.

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