La deriva pública de nuestro rey inquieta. Lleva demasiado tiempo tropezando, y no solo con los escalones. Desde su penúltima pifia en Botswana que le obligó a pedir un perdón, que la mayoría aceptamos y otros muchos no comprendieron o hicieron rechifla, decidió cambiar su imagen pública y reorganizar su agenda privada. Se propuso, en suma, ser de nuevo un rey útil para España y que su labor la conociera el común.
Entre intervenciones quirúrgicas y cojeteos, artículos en páginas web y desayunos informativos con grandes periódicos globales, reinicia una etapa inédita que debe conducirle a ser de nuevo el embajador de España que mejor vende y el Jefe de Estado que protege y se compadece de sus ciudadanos. Le vio las orejas al lobo y decidió arrancárselas a golpe de agenda, cartas, telefonazos, viajes campechanía y presencia pública. Y notoriedad en medios de comunicación escogidos.
En esas está. ¿Ha mejorado algo?. Sí. ¿Ha evitado el batacazo institucional?. También. Sucede, no obstante, que poco a poco va pareciéndose más y más a los políticos. Utiliza su lenguaje, se expresa en sus mismas páginas, abre idénticos telediarios. Y le hacen entrevistas de salón como a los líderes del PP en sus televisiones. Pero los políticos no están de moda. Al contrario, son el mal a batir, el objetivo preciso de la furia y la impotencia de aquellos que ven como lo pierden todo. Si el rey se deja caer por esa pendiente es fácil pronosticar que pronto hablará sin decir nada y luego tendrá que mentir como los políticos en boga.
Imaginamos que tiene una mala baza de cartas para jugar esta endiablada partida de la España en crisis. Debería meditar mucho, por tanto, cada uno de sus movimientos, gestos, guiños y otras muecas. Su abuelo Alfonso XIII fue arrollado por el río de la historia sin que pudiera hacer gran cosa por remediarlo. O sí, ayudó a que las avenidas fueran cada día más furiosas por jugar a ser político. No existen ejemplos completos donde inspirarse pero sí maneras de proceder exitosas. Por ejemplo, la reina de Inglaterra casi siempre «ha estado en su sitio» y los presidentes de Italia, cada década que pasa, acumulan más prestigio.