Duerme Negrito

Ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro
Fotografía: Ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro
Ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro
Ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro

Hace unos días, cuando el ministro Montoro se ejercitaba en cómicos esfuerzos de oratoria para explicar en qué había concluido su aventura nefanda de atraer desfraudadores a cambio de una propina para el Tesoro, me vino a la memoria de sopetón (¿a qué se dedicarán algunas de nuestras neuronas?) el estribillo de esa vieja nana, tierna y dolorosa, que dice  «duerme, duerme negrito que tu mamá está en el campo, negrito… «. De alguna manera, la traducción inconsciente que hacía de las palabras del ministro venía a decir que los capitales en negro están a salvo del fisco por más que Montoro diga lo contrario. 

Pasada esa convocatoria de prensa nunca más se supo de esa incursión inaudita hasta las sentinas del dinero opaco. Informó de que habían recaudado poco más de mil cien millones de euros, menos de la mitad prevista, y poco más. Ah, también amenazó con perseguirlos y le salió un gallo. O sea, que todo está por conocer, aunque parece imposible que algún día se desvele. En esta situación, claro, pululan los rumores, los comentarios indiscretos de entendidos y se impone como cierto lo que solo es verosímil. De entre tanta ganga, sí parece cierto que los que han pagado la propina del perdón a Hacienda son miles de personas comunes, oscuras y prescindibles. Hombres que pasean sus perrillos en invierno protegidos por viseras con brillos y otros que a las dos de la tarde del domingo pelan gambas salvadas por el acido bórico en los bares. Gentes corrientes dueños de negocios normales y casi siempre de orden. Esos son los  que esconden el grueso del dinero «b» de España. Nada que ver con los vip, los megarricos y archiconocidos hombres de negocios que salen en el Hola o cita Expansión. Estos son otro tipo de adinerados. Ellos constituyen una suerte de capitalismo cuántico, es decir, de aquí y de allá; que mueven sus capitales a la velocidad de la luz y son invisibles como aire. No, esas fortunas obedecen a otro tipo de lógicas. Y en ocasiones llegan a salvar a los Estados de la quiebra y a los reyes de sus malas cabezas.

Así que fijémonos muy bien en el desfraudador corriente y moliente que nos cruzamos por la calle y con quien compartimos gritos en el fútbol. Este es el que Montoro pretendía que hiciera un acto de contrición por España. Pero no lo ha conseguido. La práctica totalidad de ellos sigue vigilando el colchón y esa cuenta numerada en el paraíso fiscal. Y no hay semana que no cabildeen sus miedos con el asesor fiscal y se den una vuelta por el banco de confianza.

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