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Edward Hopper o el imaginario americano. Ed o el tratado plástico de la soledad. Hopper o el cine moderno a carboncilllo, acuarela y óleo.
El Museo Thyssen-Bornemisza clausura este domingo 16 de septiembre la exposición del verano; el artista neoyorkino disfrutó en vida del reconocimiento de su obra por público y crítica, pero el éxito de esta cita le hubiera nublado. El museo ha ampliado sus horarios y el cartel de «entradas agotadas» se ha colgado día sí, día también aumentado el frenesí de los visitantes que «no podían perdérsela» según todos sus conocidos. Ése ha sido también mi caso. Y es que resulta extraordinario encontrar una muestra tan regular, de tan buen nivel y de un pintor que pinta nuestra intimidad y en ella nos instala cuando obrservamos sus cuadros.
Su relación con la luz y el color le convierten en un realista muy particular; la vida que pinta es de una intensidad solo sostenible por un instante (tal vez seguido de otro instante y otro…). Las casas, los hoteles, las oficinas, los bares…los espacios son tan protagonistas en la obra de Hopper como sus personajes, casi siempre solos y en conversación consigo mismos. Así es que Ed retrata el marco y la acción de los americanos de principios del siglo XX, los americanos de ciudad y también los que carretera adentro aguardan que algo pase. Lo emocionante es que el artista compone con la misma pureza que los interiores -sus cuadros contienen lo esencial- algunas marinas, masas boscosas o evocadoras escenas de ferrocarril.
Quedan dos días para colarse por las ventanas de Hopper, no digo más.
Me encanta tu modo directo de acercarte al arte, querido amigo. Es una pena, pero me voy a perder la expo de Hopper, me ha cogido al completo por Asilah, donde ando recogiendo muestras de rocas alucinantes para mi próxima serie. Los caminos del arte son infinitos, y Hopper con sus silencios y su forma seca de pintar, nos mostró algo bastante irrepetible : congela el instante, pero se escucha la respiración de sus personas; el ambiente suele ser desolado pero los colores son límpios y nada tristes. Una trasformación que solo se consigue desde la profundidad del artista.
Qué maravilla!