Para las variadas derechas nacionalistas que campean por España (no olvidemos que en todo guiso nacionalista existe su porción de xenofobia) los andaluces somos esos socorridos pobretes a los que arrear un sosquín cuando cuadra. Y suelen dar esos manotazos de displicencia en los entornos de las batallas electorales. Pero no siempre es así. A veces, cuando un sobrado gerundense o de Valladolid, tanto da, no soporta a una ministra andaluza la manda a que aprenda a hablar. Porque para ese tipo de personas los andaluces somos una suerte de españoles en marrón y del sur y casi siempre confundidos con el gitano, mire usted.
Les venimos de perlas para justificar sus carencias y dar rienda suelta a ese gas llamado desprecio que almacenan en sus estómagos. Del insulto y la befa no se ha salvado ningún andaluz. Desde el marqués al porquero todos hemos pasado por el cedazo censor de esos españoles que se creen superiores siempre. La yesca recibida es de tal calibre que han llegado a confundirnos y en no pocas ocasiones no alcanzamos a distanciarnos del tópico con el que nos han errado.
El penúltimo zurriagazo lo propina un catalán que va de católico, liberal e integrador, y que incluso tenía buena imagen a pesar de su condición de político profesional. Bueno, este hombre llamado Duran i Lleida dijo para solaz de los suyos que los andaluces nos bebemos en los bares lo que cobramos del PER. O sea, nada nuevo: Andalucía subvencionada, vaga y llena de bebedores. Como en tantas otras ocasiones, las instituciones andaluzas han rechazado en tromba la vomitona que, además, venía de un catalán.
Pues bien, existen otros andaluces pudientes o clasistas o nacionalistas españoles que escupen la misma bordería que Duran desde hace décadas. Esos andaluces son los auténticos colonizados por la insania antiandaluza. El que sobrevive con 400€ al mes y un puñado de peonadas por temporadas desconoce todo este embrollo. Solo sabe que es andaluz y pobre. Y a mucha honra.
