El Mal en el Cine

Es conocida la inclinación de los criminales modernos por ver convertidas sus hazañas más feroces en cine. Tenemos toda una literatura sobre el particular. Los mafiosos adoran películas como El Padrino o series como Los Soprano. Se refocilan e inspiran con ellas. 

Algunos han sido apresados por la policía al salir de «verse» en algunas de estas proyecciones. Pero no son solo foragidos como los mafiosos, narcos o tratantes de blancas, quiénes se solazan contemplando cintas inspiradas en sus horrores. Hemos conocido recientemente que los nuevos rompehuevos del mundo: banqueros, analistas o catedráticos de economía (también algunos periodistas y políticos) se lo pasan en grande asistiendo a pases de películas como Inside Job y otras del momento que relatan las artes empleadas para hacerse ricos vendiendo mierda (o sea, subprimes) bendecida por ellos mismos. Los comentarios que realizan traducen admiración por la obra hecha y acaso un pesar: que la fiesta se haya ralentizado. Les gusta el montaje de las películas con el rostro del mal presente desde el primer segundo de proyeccion, es decir, cine sin aditivos ni rellenos. 

Por poner un pero, manifiestan con cierta decepción que los guionistas conocen muy poco de sus tejemanejes pero el material con que trabajan es bueno y es utilizado con eficacia. Claro que estos ejemplares, como acaso los hampones del crimen gore, no se entretienen demasiado en estas cuitas, solo les llegan para el banal comentario de sobremesa. 

Ellos continúan a tope con lo suyo. En este preciso instante tratan de derribar a Europa. Si al fin lo consiguen habrá una tregua, pues el negocio entonces será la reconstrucción del viejo continente.

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