Terremoto en Lorca. Nueve fallecidos. Centenares de heridos. Millares de damnificados. Y ¡oh, milagro, Zapatero no ha sido responsabilizado aún de la catástrofe!. ¿Qué ha podido suceder?. ¿Se olvidó el PP de su existencia por alguna extraña rareza?. ¿Pensaron sus dirigentes acaso que siendo Murcia tan abrumadoramente popular quizás no les resultaba ventajoso abrir ese debate?. Nadie lo sabe, repito. Nadie sabe quién o qué obró el milagro para que hasta ahora al Presidente no se le emponzoñe en la pringue tan jugosa de un terremoto. Pero ha ocurrido. De la misma manera que apareció Rajoy muy de mañana entre los cascotes para saludar y recibir aplausos. La abundancia de los populares en Murcia da para eso. Tienen manos para retirar escombro y aplaudir a su hombre. Zapatero, como los Príncipes, acudieron al sepelio, a ese acto donde más intenso es el dolor, cuando el luto es negro-negro.
Por lo demás, la ocasión trágica trae de nuevo una demostración conocida: este país no es cualquier cosa, a pesar de la pertinaz denigración a que se le somete. En horas monta una ciudad de tiendas de campaña y protege a miles de personas del hambre y del frío. Ni colores, ni gobiernos de distintos colores, solo hombres y mujeres organizados, con determinación y medios. Los periodistas que cubrieron los primeros días del drama escriben que no percibieron desorden, solo dolor, mucho dolor por tanta pérdida.