Pálida Copia

Julian Assange, fundador de Wikileaks
Fotografía: Julian Assange, fundador de Wikileaks
Julian Assange, fundador de Wikileaks
Julian Assange, fundador de Wikileaks

El mundo de las instituciones, o las superestructuras como eran denominadas por los estudiosos del poder en el pasado siglo, vive los últimos días su enésima convulsión. Ahora se trata de un golpe de mano brillantísimo perpetrado por Julian Assange, que se expresa a través de ese altavoz llamado Wikileaks. Este hombre, que la derecha norteamericana quisiera ver en la silla eléctrica y la mayoría de los gobiernos del mundo entre rejas, está removiendo el mundo de la gran política y las influencias de tal manera que nadie sabría predecir cual será el rumbo de las relaciones de poder entre naciones a partir de ahora. Y todo ello lo viene consiguienfo de manera bien sencilla: un buzón seguro donde depositar las pruebas de los amaños del mundo, unas veinte personas para comprobar que no le dan gato por liebre y su enorme determinación. Con estos pertrechos, y la ayuda impagable de los restos de prensa liberal y democrática que aún quedan en occidente, esta montando el taco al confirmar con pruebas irrefutables lo que el periodista libre y el ciudadano alerta ya sospechaban: que la hipocresía domina al mundo. O lo que es igual: aquello que se dice en público se matiza, o se niega sin más, en privado. Es verdad, en todo caso, que no todos los poderosos son iguales. Aquello que los diplomáticos norteamericanos nos cuentan de gobiernos, fiscales y jueces españoles es más o menos lo mismo que la prensa nos vino contando en el tiempo que los acontecimientos sucedían, o sea, que el gobierno de Zapatero «tan antinorteamericano» no lo era tanto en realidad. Es decir, pecado venial. Algo más grave son otras revelaciones que nos demuestran como la diplomacia de Washington sospecha de sus principales aliados en occidente. Berlín, Roma o Rabat, por ejemplo, o son un nido de espías o se lo llevan calentito sus dirigentes. Nadie que no sea un descerebrado o vaya de parte se atrevería hoy a pronosticar en qué acabara esta aventura increíble, al margen de que Assange esté ya cazado, aunque ya confirma algo: John Le Carré no inventó nada, sólo ordenó armoniosamente y con disimulo los despachos que le llegaban a su oficina de espía. Conclusión: la realidad es lo único que tenemos, la ficción es sólo su pálida copia.

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