El pasado día 12 Zapatero y, por extensión la izquierda española, recibieron una enorme pitada cuando se rendía homenaje a los soldados caídos. No era la primera vez ni será la última. Esta acción chocarrera y feroz por el odio que despide viene repitiéndose en el mismo día y lugar desde hace años. Son los mismos siempre, con sus altas y bajas vegetativas, los que insultan a Zapatero por el solo hecho de ser socialista. Las otras razones (?), verbi gratia, traidor, embustero, separatista, masón, ruina de España… son las excusas para que Esperanza Aguirre pueda decir que no se puede limitar la libertad de expresión. Pero este año, no sé por qué (¿quizás es porque el rey ha dejado que se sepa su malestar ante lo aparatoso de la pitada?) el Gobierno ha reaccionado. La ministra Chacón anuncia, disgustada, que hablará con las fuerzas parlamentarias en busca de una solución que saque de ese rincón del desfile a esos vocingleros de extrema derecha. Pero nadie sabe qué hacer, tampoco ella. También un Zapatero que ha venido haciendo el Tancredo durante años tras tamaños aludes de insultos, parece haber manifestado algo parecido al desasosiego. Y muchos decimos ¡a buenas horas, mangas verdes!. Nadie va a ayudar a los socialistas a acallar ese cuerno vikingo. Tenía que haber sido el Gobierno el que limpiara de inmundicias ese rincón del odio de la plaza de Colón. Es seguro que la policía conoce a la perfección quiénes son los broncas, de dónde vienen y quiénes les manda y ampara. De la misma manera que todos sabemos a quiénes benefician. Hubiera bastado con dar esos datos a conocer y las ronqueras fascistas hubieran mudado el campamento. Pero no se ha hecho nada. Cualquier informador político de Madrid sabe que ha sido Zapatero quien ha querido que nada se toque por la misma razón que esgrime el PP: la libertad de expresión. Ahora esa libertad arrolla con sus gritos el respeto debido a los muertos. ¿Quién protege su memoria?.