La Fiesta

El jueves pasado penetraron, sibilinos, en el Ministerio de Cultura un grupo de rutilantes toreros. Estaban citados con la ministra González-Sinde, aunque no querían que la ocasión fuera conocida: ni nota, ni foto. Pero alguien les lanzó un fogonazo hasta recoger una imagen de jóvenes hoscos y muy pijos. Se supone que fueron al Ministerio para defender lo suyo. Pero pretendían ir de clandestinos; como si pisar el despacho de una ministra socialista les viniera mal. Allá ellos y quiénes les aconsejan. En su pretendida defensa de la fiesta de los toros no pueden estar haciéndolo peor. Casi tan mal como los políticos nacionalistas catalanes conducen su ataque a las corridas. Unos y otros confunden el mundo del toro con la política y se arrean bastonazos con las mismas frases hirientes de los mítines. El nacionalismo de la barretina identifica la fiesta con la España rancia que le oprime, y la gente de la fiesta le responde que si ¡y a mucha honra!. Ambos mundos dan pena. Ni los toros son España, ni esa España- espantajo en la que cree el nacionalismo- existe. Lo único cierto, aunque no siempre visible, es que el mundo del toro se pudre a base de tradición mohosa, prácticas feudales y esa opacidad que tantas veces recuerda a la corrupción. Y los nacionalismos que viven de los clichés y el oportunismo a falta de discursos de algún valor. La fiesta se va al garete por lo mal que la tratan sus protagonistas, no porque vaya a ser cerrada la plaza de Barcelona. Es verdad que tiene en contra los vientos de los tiempos y la historia, pero es su propia impericia la que acelera esta moribundia. Y, para colmo, un puñado de figuras en perfecta hilera y asustados por la presencia del fotógrafo, creen estar defendiendo la fiesta al pedir que Cultura se haga con el mando de la cosa en detrimento de Interior. Como si importara quien regula el uso de los trastos de matar.

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