Federico García Lorca no está sepultado en el lugar que todo el mundo dabamos por cierto: el barranco de Viznar, en las afueras de Granada. Los trabajos que durante cerca de dos meses viene realizando in situ la Junta de Andalucía así lo confirman. ¿Y ahora qué?. ¿Dónde están los restos? ¿Quién o quiénes los movieron de allí, si es que en algún momento allí fue el poeta tiroteado?. ¿Hasta qué lugar oculto fueron trasladados?. ¿Y si así fuera, quiénes fueron los felones que lo callan tantas décadas después?. Estamos en el umbral mismo de una nueva aventura con el mito de Lorca como protagonista definitivo. Es perceptible ya el bisbiseo nervioso de los estudiosos del poeta; nos llegan los rumores muy inquietante de la Granada antigua; salen a la luz, de nuevo, los viejos protagonistas y testigos, las historias clandestinas, algunas fantasmagóricas y otras imposibles. Y muchos, acaso demasiados, dirán pronto «ya lo decía yo: Lorca no estaba en el barranco». Se abre, pues, una nueva e imprevisible página que añadir a la fertilísima vida póstuma del autor de Romancero. Pero antes, quizás ya mismo, testigos, familia e historiadores, autoridades y otros allegados íntimos deberían dar al mundo una explicación de por qué nos transmitieron con tanta seguridad que los huesos del poeta y otros asesinados yacían en el mundialmente conocido barranco granadino. ¿En base a qué noticias o evidencias o pruebas o rayos mil nos contaron tantas historias durante tantos años?. ¿Y ahora dónde están los restos del poeta? ¿Por qué vereda comenzar su búsqueda?. No lo dudemos, aparecerán mañana mismo mil bocas que nos darán noticia de otras mil localizaciones. No les hagamos ningún caso.
Fotografía: Federico García Lorca