Los científicos han probado la relación directa entre el aumento del CO2 y el mayor calentamiento de la tierra; también tienen evidencias ciertas del deshielo acelerado en el Ártico y alarmantes indicios de que algo parecido pudiera estar ocurriendo en la Antártida. El cambio climático es, pues, una evidencia científica. Estas y otras noticias vienen sensibilizando a la opinión pública mundial en los últimos años hasta el punto de que numerosos gobiernos -europeos sobre todo- se esfuerzan por imponer medidas de control globales. No obstante, se avanza muy despacio y con muchas dudas. El petróleo, el carbón, nuestros patrones de consumo, etc. son tan difíciles de sustituir como el cambio de mentalidad de amplísimas capas sociales. El hombre es más depredador que creador, y esta inclinación dominante de su carácter se impone en este momento preocupante para la tierra. Sin haber dado aún una respuesta a qué hacer para atemperar los efectos del cambio climático, se apresta a conquistar las tierras liberadas de los hielos polares con la misma determinación de aquellos exploradores imperiales del siglo XIX. El deshielo trae la oportunidad de nuevas bolsas de crudo y gas, nuevas rutas comerciales, nuevas conquistas y medallas. Los estados limítrofes de los polos ya se reparten los nuevos horizontes avistados y las grandes potencias que no pisan aquellas fronteras – China, Reino Unido o Francia- se esfuerzan por convencer al resto de las credenciales que dicen poseer sobre tales confines. Así somos. Codiciosos y devoradores, nos negamos a pagar los platos rotos o recomponer nuestros estropicios. Nos creemos transcendentes. Del calentamiento global hoy no hay otras noticias de interés que aquellas que nos traen los científicos. Seguimos esperando a que chinos, indios o norteamericanos den un paso adelante. Nadie sabe cuándo tendremos nuevas sobre tan vital asunto.