Cuando el dueño de una empresa renombrada se convierte en el «hombre del anuncio» casi siempre resulta ser un mal asunto (o un mal negocio). Tenemos conocidos ejemplos de ello en España. Recuerdo al consejero de delegado de la firma catalana de detergentes Camp que lo promocionaba desde la televisión y cómo pronto se fue a pique. Luego nos llegó el conocidísimo Ruiz-Mateos siendo la estrella promocional de Rumasa el imperio de la abeja, cuyo final conocemos todos. Más recientemente desde un césped idílico el presidente de Polaris World nos vendía el paraíso. Hoy ese edén es en buena parte pasivo de los bancos. Estos días pasados es otro hombre dueño del negocio, en este caso de Mercadona, Juan Roig, el que se pone ante los fotógrafos rodeado de palets de leche, latas de espárragos y montañas de gambas. Esta exhibición ocurre por sorpresa, pues nunca antes este empresario y su marca habían hecho publicidad. ¿Qué ha ocurrido para qué llegue a una situación tan especial? ¿Qué corrientes marinas, que neuras dominan la cúpula de esta empresa, por otra parte modélica al menos hasta ahora? ¿Que falla? ¿Se trata del jefe que no puede contener el ego y deja fluir la prepotencia o es la misma cuenta de resultados la que se resiente? Algo no bueno debe estar sucediendo, pues ninguna empresa solvente se enfrenta a sus proveedores, con marca o sin ella, arriesgando tanto, y menos aún todo protagonizado en directo por el mismísimo dueño que saca pecho y se exhibe como la solución. Estamos ante la gestión del conflicto empresarial, de imagen y marca más discutida de los últimos meses ¿Cómo entenderá la clientela que ha sabido como Mercadona no es la enseña más barata o qué vende aceite que no es del país? Todo parece un despropósito. Una vez más los personalismos se imponen a la realidad con decisiones muy arriesgadas que, además, intentan trasladar a la opinión pública como muy meditadas y hasta brillantes. Mercadona ha abierto más de 100 supermercados al año durantes los últimos diez. Parece demasiada inversión si el único pulmón que inyecta es el de un único socio por muy capaz que esta sea. Si ha llegado una crisis tremenda y no había cuidado con antelación algo tan central como es el precio de los productos que vende, puede estar pillado. Mercadona es una marca fenomenal y no debiera haberse defendido pateando a otras. Y menos aún descubriéndonos a su propietario como si fuera un Cid Campeador de la cesta de la compra. Al final tendrá que llegar a armisticios secretos pues la batalla que ha planteado no puede ganarla por 10 a 0. Lo que vaya a ser de Mercadona, como otras tantas cadenas de distribución, a partir de ahora está por ver. Ocurre sin embargo que se estará más atento a las cuitas de la firma valenciana ¡se ha expuesto tanto!