Hace escasos días, en pleno almuerzo oímos un alarido enorme e inquietante; la música con que nos ametrallaba el televisor se cortó de repente y dejó al desnudo la voz iracunda del camarero: “¡¡ Estoy hasta los cojones, o traéis la comida aquí o me voy!!”. La treintena de comensales Seguir leyendo
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