Llama la atención que el Parlamento español no haya legislado siquiera sobre el derecho a una muerte digna (ahora tramita un texto sobre esta materia), después de casi 40 años de vida democrática y en libertad. Y sorprende aún más, cuando los españoles hemos apoyado, o en todo caso aceptado, una vasta legislación sobre derechos individuales y materias sociales “sensibles” que nos sacaron con rapidez de la Edad Media moral en que nos había sumido el franquismo .
Las leyes sobre el divorcio, la interrupción voluntaria del embarazo, el matrimonio homosexual, de igualdad de género, contra la violencia machista… han venido siendo aceptadas e incorporadas a nuestro acervo cotidiano como si tal cosa. Esta disposición del legislador, principalmente socialista pero no solo, por descorrer cerrojos que la Iglesia Católica (y otros enconos conservadores) mantenían sellados históricamente, sin embargo, se topó siempre contra el muro de la regulación de una muerte digna, la eutanasia y, no digamos, del suicidio asistido.
Ni siquiera el Presidente Zapatero, tan decidido en estas materias, quiso meterse en el avispero; y aún la semana pasada, cuando un nuevo caso de suicidio de enfermo terminal por ELA golpea nuestro ánimo y afea conciencias, los socialistas confiesan que es una cuestión que aún no han resuelto y vienen debatiendo con sosiego.
¿Qué pasa con la eutanasia pues? Parece que el español, tan abierto a nuevas libertades y buscador constante de otros derechos, tiene un serio problema cuando se enfrenta a la muerte. No sabe qué hacer con ella, no la entiende. Ha dejado su gestión en manos de la Iglesia desde tiempo inmemorial, y en esas nos encontramos: atrapados por su magisterio y asustados por el trueno que desprende la lectura de sus libros sagrados.
Es otra materia sobre la que este país no sabe qué camino tomar, a pesar de las encuestas abrumadoras en favor de regular la muerte asistida por un médico. Dudas que, no obstante, pudiéramos estar en vísperas de ver arrolladas por la imparable tozudez de los hechos. Porque nuestro país se llena de abuelos que rozan el siglo en porcentajes asombrosos; porque un buen número de ellos llega a su ocaso exhausto y enajenado: quiere que su vida-calvario acabe pronto; porque la familia tradicional se agota y crece el número de mayores que flota entre la penuria y el desamparo; porque las residencias de ancianos -a pesar del cuidado y cariño que reparte la práctica totalidad de sus cuidadores- son empresas ideadas para el negocio en su mayoría. Y porque -digámoslo claro- la Iglesia no está en condiciones de imponer su desgastado dogma, que concreta en la frase: “Hasta que Dios quiera”. Vivir, el valor capital del hombre, es un derecho, que no una obligación.
A PAULA NEVADO, su inquietud y sensibilidad familiar, le han llevado a formarse en diferentes disciplinas creativas y trabajos artesanales. Desde hace años se las tiene con la luz y sus caprichos para adobar con ellos las imágenes que le interesan. Con esta colaboración traslada de manera abierta la búsqueda del mundo que solo puede capturar su ojo.