La tiza roja

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Los partidos políticos continúan en campaña electoral cuando va a cumplirse un mes desde que se celebraron las elecciones generales. El tiempo apropiado para la conformación de pactos lo emplean en el ejercicio del mamporreo dialéctico -unos contra otros- y para deslizar la víbora de la desafección interna en los cuarteles generales de las formaciones políticas más cuarteadas.

Da la impresión de que a ninguno le gusta lo que el pueblo votó (se optó por un mapa político decididamente plural) y buscan alocadamente unas nuevas elecciones que resulten más acomodadas a sus intereses. ¡Como si el ciudadano utilizara su voto a la manera de Groucho Marx sus famosos principios!: «¡Si éste no le gusta, tengo más!». Igual se llevan una buena sorpresa si su incapacidad para dialogar fuerza a nuevos comicios. Puede que entonces se obtengan «las mayorías de los más torpes y malvados».

Todo evidencia que tienen una gran incapacidad para identificar la magnífica oportunidad que se ha abierto en este país para intentar dar la opción a otras políticas, fruto del diálogo, el pacto y la transacción. Si la mayoría absoluta era odiosa y la alternancia PP-PSOE concluyó en el hastío, el votante lo ha confirma e indica: ¡Hagan otra política!

Pero no quieren oír esa orden. Solo escuchan a sus egos y atienden a las presiones de sus intereses. Será por ello que cuando uno de los protagonistas principales de este acto político, Pedro Sánchez, acciona «la novedad» de salir de la trinchera y «hablar» con los nacionalistas, todos se lanzan sobre él como en la campaña electoral y hasta algunos de los suyos muy principales ponen el grito en el cielo.

Ayer fue Iglesias quien marcó la línea roja de «referéndum o nada». Hoy tras la decisión socialista de dar una oportunidad al diálogo con el nacionalismo, resulta que son todos los partidarios de la alambrada roja. Quién lo diría, ahora resulta que los separatistas catalanes, además de dividir el paraíso del poeta Jacinto Verdaguer, pueden hacer ingobernable España.

La miopía parece excesiva. Porque en las últimas elecciones nadie ha vencido y, por tanto, el único ganador debe de venir de la suma de varios. El tiempo que pierdan unos y otros en zaragatas suicidas lo explotarán sin razón, pero con provecho, los mercados, Bruselas, Alemania… con toda su fanfarria de medios e influencias para decidir «el Gobierno que interesa a España».

La diferencia, pues, es grande: o hacemos un gobierno nosotros o nos lo imponen. Hubo un tiempo de España no tan lejano en que nos llamaron los alemanes del sur. Aquel país había arrancado como un cohete, fruto de un gran consenso.

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