Continúa la campaña electoral que arrancó la primavera de 2015. Y con mayor ferocidad que nunca. Los cuatro principales partidos han olvidado que representan a ciudadanos y que su obligación primera, tras las elecciones de diciembre, es la de formar un gobierno que dé estabilidad institucional al Estado y respuesta política a aquello que el ciudadano votó. Pero nada de esto ocurre; se empeñan en el ejercicio de un sin fin de maniobras políticas que incluso llegan a dejar estupefactos a los informadores políticos y, es de suponer, que comienzan a hastiar a sus votantes.
Todo lo que ocurre se escenifica en un cargado ambiente de baile de máscaras: Rajoy renuncia a someterse a la investidura hasta que pueda darse una coyuntura que le interese, e Iglesias informa de que quiere (?) formar gobierno con el PSOE a todo el mundo menos a este partido. Esta formación política, mientras tanto, conduce una ofensiva dirigida por su secretario general en pos de un gobierno de izquierda con el apoyo de Podemos y otros en contra de la opinión de muchos de sus militantes y, lo que es más alucinante, contra el interés de Podemos. Ciudadanos observa, desde los ojos desorbitados de Rivera, un escenario político que éste creía propicio -pues se ve el centro- en el que sin embargo solo se representan comedietas de trileros.
Casi ninguno de estos combatientes enajenados sostiene, pasadas unas pocas semanas de las elecciones, alguna de las premisas que con reiteración mantuvieron hasta hace escasos días. Rajoy quiebra de forma aparatosa el principio de que se presente a la investidura «el candidato del partido más votado», en tanto que Iglesias se autoproclama vicepresidente de un Ejecutivo con el PSOE «, cuando había asegurado que jamás entraría en un Gobierno del que no fuera presidente». Rivera, «que jamás daría su voto a Rajoy» ahora manifiesta al rey su disposición a «hacer todo lo necesario» para alcanzar un gobierno estable. ¿Y el PSOE? Este partido, que se convirtió en la clave de bóveda para la nueva arquitectura institucional de España pese a perder 20 escaños, dilapidó su fortuna en aquel Comité Federal de Navidades cuando sus barones se batieron a espada sin que, al cabo, unos alcanzaran la victoria sobre otros, sino una derrota colectiva.
Definitivamente, nuestros penosos partidos conducen a que España acabe siendo dirigida «por las mayorías de los más brutos y malvados».