Bocado de Navidad

Teresa Muñiz
Fotografía: Teresa Muñiz
Teresa Muñiz
Teresa Muñiz

Cuando te comes el primer polvorón comienza la Navidad. O así sucedía en mi infancia y juventud. Esa mezcla genuina de harina de trigo, manteca de cerdo, azúcar, almendra, canela, sésamo, ajonjolí… era toda ella el primer repique que convocaba a un largo tiempo de fiestas, zambombas y villancicos.

Hoy ese tiempo se agotó, o se refugia en pequeños cotos tradicionales y raciales (nuestros gitanos cantan villancicos del siglo XVII). Él polvorón hoy es marketing como el confeti y el matasuegras, y hasta el reidor cava es un ¡plof! ridículo que se desvanece nada más nacer.

Aunque persisten nostalgias de polvorón por millares. Sin ir más lejos, mi amigo Paco se acerca el primer fin de semana de diciembre por Estepa «desde siempre» para llevarse sus reglamentarias cinco cajas de mantecados. Al cabo, pone dos o tres kilos más en su romana «pero para eso inventamos la cuesta de enero: para eliminar».

Sí, las cosas cambian más rápido de lo que advirtiera hace medio siglo Bob Dylan. Hasta se sorprende uno al leer como las asociaciones empresariales del corcho se ponen en manos del marketing para salvar su eterno (?) y bendito tapón de la ofensiva de resinas y sintéticos (plásticos dicho a la llana), y de las roscas de chapa.

 Quien lo diría, grandes marcas de tinto Ribera del Duero se abren a la rosca tal cual aquellos ásperos y volátiles vinos manchegos que sufrimos en nuestra juventud. Y lo practican con tal tronar de palabras que rozan el insulto. «La rosca es tan corcho como el corcho (…) lo saben los extranjeros y lo saben las bodegas. Y punto pelota», escribe un propagandista del latón llamado Pascual Drake en El Comidista.

Las virtudes de la chapa tienen las trazas de convertirse en un mantra, pues hasta en las catas profesionales se las ensalza a la muy hispánica manera: atacando al corcho. Todo ello, claro está, para encubrir que es cuestión de precio o de escasez de alcornoques en Alemania, Australia, Chile…

Ocurre algo parecido con los contundentes platos que se cocinan en estas épocas del año, – «cuando noviembre emboca la fría ventura del invierno»-: se ocultan en los antiguos restaurantes y casas de comida para especialistas y guardianes de la tradición. Platos como jabalí con castañas, becada con chocolate,  verdinas con chorizos, morcillo y algo de tocino y oreja, por ejemplo, son casi pecado comerlos.

Los nuevos platos de otoño son bastante más ligeros. Se han puesto de moda las cremas de todo tipo de verdura, aunque se impone últimamente la calabaza (no sé qué virtudes esenciales habrán encontrado en esta cucurbitácea, pero cuando se impone su meloso dulzor dejo la cuchara en el bajo plato).

Aunque se olvida el plato que para mí era inmortal: la porrusalda. (En el restaurante de Madrid Ainhoa, Bárbara de Braganza 16, la continúan preparando como en los años 80: exquisita). También las setas. Todo tipo de setas abundan en extremo. Y cuesta diferenciar las auténticas de las bluf. Por ello, salvo que sea en restaurante conocido, sólo pido láminas de boletus ligeramente pasadas por la plancha con unas gotas de picual, tres hebras de azafrán y una mínima tirada de sal gorda al emplatar. También los perrechicos cuando es temporada, aunque no me excedo: suelen ser caros.

El salmonete también acude por estas fechas. Es un pescado delicioso, pero a diferencia de las nuevas tendencias de aligerar los menús dejándoles solo buena carga de sabor y sorpresa, a le rougette, que dicen los franceses, y otros pescados de roca (San Pedros, pargos) los empaquetan en sofisticados combinados de verduras, toques de pasta en ocasiones y hasta picadito de huevo he visto. Demasiados arabescos para los deliciosos  boticcelli del mar.

Cierro el comentario con otro bocado de polvorón. Este lo prepara el Obrador de los Ángeles de Estepa. Entre otros recuerdos esenciales, encuentro auténtica caña de canela, algo tan rato como la vainilla de Madagascar que se fue, desapareció para siempre.

Teresa-Muñiz3-150x150TERESA MUÑIZ: “En numerosas ocasiones, paseando, asomada a una ventana u observando un objeto, nace en mi la necesidad de detener esa visión. Poseer esa imagen de una manera instantánea y veloz nada tiene que ver con mi trabajo pictórico, pero me sirve de referencia y confirmación de lo que en ese momento me interesa. Esta reflexión viene al caso porque, conversando con Pepe Nevado y celebrando nuestra colaboración tan fructífera que culminó con la publicación del libro Pan Soñado, se me ocurrió proponerle seguir caminando juntos pero en esta ocasión con fotografías. Aquí están”.

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