El rock and roll es la explosión musical de mayor onda expansiva de la historia. Y continúa derribando muros. Sucedió que LAS FLORES DEL MAL, Charles Baudelaire, infectaron de libertad, con el retraso de un siglo, a los jóvenes de occidente que huyeron en estampida de la guerras de sus padres (todos muertos, todos grises, todos honestos) y volaron por otros mundo “del color de las serpientes” (Keruac) hasta derretir para siempre el acero de las cadenas que les mantenían unidos desde el principio de los tiempos a una vida predecible y aburridísima.
El rock situó para siempre a los jóvenes por delante (o al lado) de sus tutores (padres, maestros, curas, policías…) para construirse, o estrellarse, sin más ayuda que la de su propio impulso. Esa música, que lanza las notas al espacio con la violencia que el viento sopla las semillas, y que en ocasiones transformó las cuerdas vocales de los más grandes (Joe Coker, Robert Plant, Freddie Mercury, Kurt Cobain) en cuevas de sangre “donde nacían volcanes”, deja centenares de miles de grabaciones imposibles de embridar en un ranking. Sólo valen las que te gustan, los LPs que te emocionan, las voces que nunca olvidarás, aquel baile que te vio amanecer en una pradera devastada por una noche a la deriva y sin sueño.
Mis cinco discos de rock que llevaría a una isla desierta, los iré recordando uno a uno cada jueves del mes de agosto. Abro ésta recomendada emoción con Elvis Presley: con él estalla todo. Sigo con Revolver, The Beattles, (6 de agosto), The Who y su Quadrophenia, (13 de agosto), The Rolling Stones con Exile on Main Street (20 de agosto), Led Zeppelin y su álbum IV (27 de agosto) y, finalmente, Pink Floyd en el esplendor con su The Dark Side of the Moon (4 de septiembre).
En esta ocasión, se rememora al grupo The Who a través de su álbum Quadrophenia.