París

Momento de la marcha en el Boulevrd Voltaire, en París, Francia. CHRISTOPHER FURLONG (GETTY IMAGES)
Fotografía: Momento de la marcha en el Boulevrd Voltaire, en París, Francia. CHRISTOPHER FURLONG (GETTY IMAGES)
Momento de la marcha en el Boulevrd Voltaire, en París, Francia. CHRISTOPHER FURLONG (GETTY IMAGES)
Momento de la marcha en el Boulevrd Voltaire, en París, Francia. CHRISTOPHER FURLONG (GETTY IMAGES)

El miércoles día 7 una pareja de fanáticos ametralló la libertad de expresión precisamente en París, la cuna de los derechos del hombre. El horror ensangrentó por unas horas el humor y la risa («Je Suis Charlie«, los franceses harán de este eslogan de reivindicación de la libertad un grito que competirá en notoriedad con la mismísima torre Eiffel) pero logró que saliera de las cuerdas un presidente Hollande noqueado y que las plazas de París, y de tantas otras ciudades de Francia, fueran inundadas por decenas de miles de personas para defender sus valores republicanos.

De esta manera casi mágica, el problema de Francia fue entonces el de la libertad fusilada y no el ascenso increíble de la extrema derecha. Una jugada maestra del Eliseo, desplazó del foco público a Marine Le Pen, y las calles de París crearon un muro formidable contra el terrorismo y la intolerancia. Sí, una suerte de advertencia, también, para los renacidos monstruos xenófobos y derechistas que crecen en nuestras naciones.

Tras la masacre de Charlie Hebdo, no ha salido a pasear el miedo, a diferencia de las reacciones habidas después del atentado de las Torres Gemelas el 11S. Y las insistentes llamadas para el recorte de derechos y libertades «a fin de garantizar la libertad» no se han producido. Nadie se ha apresurado a «reforzar» la seguridad de estaciones y aeropuertos, a controlar más nuestras comunicaciones privadas, a meter la nariz más en nuestras transacciones personales o empresariales. Ello lleva a pensar que en Europa, al menos, la libertad sigue venciendo al miedo.

Claro que la reacción luminosa de París, como fue la de la ciudad de Madrid el 11M de 2004, a pesar de las miserias de Aznar, no detiene ese río feroz de nacionalismo que crece en Europa. Producen estremecimiento las proclamas de dirigentes como los de Pegida y otros grupos derechistas holandeses o de países del este. Algunos empiezan a dar por seguro que el islamismo creciente en Europa es una amenaza como lo fue en los años 20 y 30 lo que se llamó «cuestión judía». Por ello, es una bendición que naciones tan grandes como Francia se enfrenten al terror con el arma principal de la libertad. España, Italia, los grandes partidos democráticos alemanes, otros centroeuropeos y nórdicos, también intentan no vacilar en este instante crítico.

Aunque deberíamos convencernos de que la práctica totalidad de los musulmanes repudian las prácticas de grupos terroristas como Al Qaeda, Estado Islámico o Boko Haram. Lo que nunca debiera ocurrir es que la palabra cruzada comenzara a ganar prestigio como en el tiempo en que los torpes y salvajes dirigentes norteamericanos de la etapa de Bush hijo llevaron a Occidente a chocar con el islam en los campos de Irak.

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