Me perdí de tu mano.
Fue hace tiempo,
o quizás no tanto.
Veo como mi ceguera aumenta
y tiemblo en la firmeza.
Pero camino a ritmo
y sonrío al abriros la puerta.
Todo parece normal, pero no,
no estamos agarrados
al mismo madero: no existe.
No se que ocurrirá cuando
terminemos con las acusaciones
a Juan y a Pedro,
nuestros compañeros.
Puede que nos veamos
como hombres sin sentido.
Empezamos a no creer
ni siquiera en dios.
Vuelan las fantasías:
Tú vales,
Tú puedes,
Tú,tú, tú…
Uno a uno saltamos
hasta la nada infinita
en busca de nuestro baño de oro
donde nada cuenta:
ni la caricia de la madre,
ni el primer beso.
Sólo bailamos con el yo eterno,
cegados por la luz de la nada
y la nueva vanidad de lata.
En ocasiones sueño
que se me desprende un brazo
y vuela.
En otras es Pablo quien me abofetea
y me saca el esternón
por mi boca de caimán.
Luego, tras la abrasión,
comprendo que todo
es una réplica del mundo
de los ángeles caídos.
Porque fuimos ángeles.