La Alerta Navarra

Lourdes Goicoechea y Yolanda Barcina en el Parlamento de Navarra. EFE
Fotografía: Lourdes Goicoechea y Yolanda Barcina en el Parlamento de Navarra. EFE
Lourdes Goicoechea y Yolanda Barcina en el Parlamento de Navarra. EFE
Lourdes Goicoechea y Yolanda Barcina en el Parlamento de Navarra. EFE

En los últimos días aparece un nuevo caso de presunta corrupción política. En esta ocasión viajamos a Navarra. La ex directora de Hacienda de aquel territorio ha denunciado en su Parlamento asuntos muy graves referidos a un comportamiento, presuntamente delictivo, de la Consejera de Economía del gobierno foral, Lourdes Goicoechea, de UPN. Ésta habría pedido a su subordinada información concreta sobre algunos contribuyentes y habría intentado parar actuaciones previstas sobre ellos. La consejera, además, la habría pedido «que le diera una copia del Plan de Inspección a fin de conocer si, entre los contribuyentes seleccionados para ser objeto de inspección, encontraba clientes de su asesoría fiscal«.

Estamos ante una denuncia de alto voltaje político que podría hacer caer al gobierno de Navarra y, al tiempo, nos recuerda que la corrupción sigue siendo un mal muy activo en estos momentos. Porque de tanto hablar de sucesos ocurridos hace ocho, diez o quince años se está dando la impresión de que lo peor de nuestra fiebre ratera ha pasado, que la acumulación de escándalos nos había sobrecogido de tal manera que habíamos levantado el pie del acelerador de esos crímenes. Pero no es así. La alerta navarra nos señala con su luz tan concreta que las malas prácticas políticas siguen acompañándonos.

Hace algunas semanas la excelente periodista, Sol Gallego, recordaba en un artículo uno de los deberes principales del buen periodista: estar atento a lo que sucede en el momento presente, que su obligación primera es rebuscar en los acontecimientos de actualidad para encontrar la perla de la noticia entre ellos. Y reflexionaba sobre esta tarea de manual obligatoria para todo buen informador, pues le sorprendía que sólo se hablara de la corrupción pasada, como si nuestro presente fuera idílico.

El caso navarro, además de poner al periodista sobre la pista de que su función principal es rebuscar entre la hojarasca del presente, nos señala que la gangrena producida por el abuso de poder, la codicia y una moral ciega continúa extendiéndose en este periodo de crisis aguda.

El hecho de que escaseen las noticias de fiscales contra este o aquel servidor público, empresario trincón o financiero canalla, no quiere decir que éstos se hayan desvanecido. Y la circunstancia de que la mayoría de las investigaciones periodísticas vengan de revolver en las basura del pasado, no debe llevarnos a concluir que el lixiviado pútrido de la corrupción se esté agotando.

Sería más realista pensar que es precisamente en los momentos de escasez y cambio de ciclo, como los que transitamos, cuando se han producido históricamente los saqueos más extraordinarios. Traigamos a nuestra memoria la magnífica literatura y ese cine negro que produjeron los años de la gran depresión norteamericana. O preguntemos a nuestros abuelos cómo se levantaron tantos patrimonios tras la hecatombe de nuestra guerra civil.

Sí, recuperar la mirada vigilante del presente es muy necesario. Sobre todo porque podremos evitar al futuro algunos espectáculos bochornosos.

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