Gómez Llorente

Luis Gómez Llorente
Fotografía: Luis Gómez Llorente
Luis Gómez Llorente
Luis Gómez Llorente

Luis Gómez Llorente ha muerto de manera fulminante, aún joven, 73 años. A la mayoría de las personas jóvenes no les dirá nada este nombre, y no podría ser de otra manera, pues Gómez Llorente desapareció de la vida pública en 1982, justo en el instante en que el PSOE de Felipe González ganó las elecciones. Pero hasta ese momento había sido una figura destacada del socialismo español reciente, como luego llegaría a ser un profesor de excepción y un ejemplo de hombre.

Le conocí en 1978. Era diputado por Asturias y vicepresidente del Congreso de los Diputados. Advertí rápido que era muy querido por todos y con todos era amable y cortés, con todos transparente y modesto. Iba armado siempre de una pipa atufadora y decía cosas extrañas como «eso de tantas autonomías es como el jomeinismo, una locura». También se le veía revuelto cuando ETA asesinaba «precisamente hoy cuando en ponencia (constitucional) la izquierda pedíamos la abolición de la pena de muerte». Le gustaba la copa de «buen vino barato» y preguntar -como a Sócrates– para que aprendieras con tus propias respuestas.

Era hijo legítimo de esa izquierda republicana de la que se enamoraron nuestros abuelos: coherente y moralmente íntegro. Pero además, era maestro y un magnifico orador. Le gustaba, aunque nunca lo admitiera, que se le comparara con Antonio Machado -al que incluso se le parecía «en los armiños desflecados» que le acompañaban en el cuello-, y soñaba con protagonizar intervenciones parlamentarias como las de Manuel Azaña. Y algunas realizó. Para la historia quedó la defensa que hizo del sentir republicano de los socialistas cuando tuvo que explicar el voto de aceptación de la monarquía en la Constitución. Y también la Cámara escucho, «en un silencio definitivo», diría entonces Haro Tecglen, algunos de los discursos más acabados y avanzados sobre el valor del laicismo que haya pronunciado nunca un político español.

Pero en 1982 se apeó de la política representativa. Ni el Felipe González ganador lo necesitaba ni él estaba dispuesto a acompañar al PSOE por  «la deriva liberal» en la que se adentraba. Entonces vuelve a las aulas con su sonrisa de humo y esos ojos claros que preguntaban y abrazaban. Desde entonces Gómez Llorente fue un profesor de la UGT, un lujo para estudiantes con suerte. Cuando supe de su fallecimiento pregunté a una profesora con la que había compartido claustro en el I. B. La Paloma, de Madrid. «Desde que se jubiló lo he visto poco, pero estoy segura de que ha muerto en paz». ¿Cómo puede perturbar la vulgaridad de la muerte a una vida tan extraordinaria como la de Luis?.

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