

Cospedal ha decidido quitar el sueldo a los diputados de Castilla-La Mancha. Es (otro) acto populista y algo más. Esta decisión, que se toma en una cena de conmilitones al aire libre y en noche de calor, me trae a la memoria la cara estupefacta de un joven diputado al cobrar su primera paga en julio de 1977: «¡¿Solo 40.000 pesetas?!», exclamo incrédulo y desencajado. Pues sí, solo ocho mil duros cobraban los procuradores de Franco. El resto, no mucho más, les llegaba por asistencias a plenos o comisiones, presentación de enmiendas, ostentación de cargos, etc.Pero, claro, aquello era otro mundo. Aquella gente no representaba al ciudadano, ni eran personas corrientes. Eran los hombres del régimen; la mayoría ricos y todos ellos muy influyentes y poderosos en los sectores económicos o institucionales que representaban. Ellos no iban al Palacio de la Carrera de San Jerónimo a controlar al gobierno de la dictadura ¡faltaría mas!. Acudían a legitimarle y, sobre todo, a defender sus intereses y mantener mullidas las carteras siempre.
Así pues, dejar sin sueldo a los diputados, al menos en España, solo nos trae recuerdos de dictadura. Todo lo demás, apelaciones al ahorro y el valor de la austeridad, son milongas. La señora Cospedal al ser interpelada por los socialistas para que ella misma, su ejecutivo y altos cargos (entre ellos la mayoría de diputados del PP) diesen el mismo ejemplo que fuerzan a realizar al otro, ha respondido que una cosa es la tarea legislativa y otra «el encargo hecho a un partido para que administre» la Comunidad Autónoma. O sea, olvida lo esencial en democracia: que el Parlamento está para controlar y exigir al Gobierno. Prefiere que sea algo parecido a aquello que describen los suyos a la prensa: un lugar «donde solo se pondría coto a las incompatibilidades más flagrantes, con lo que el parlamentario podría participar en la tramitación de una ley sobre una materia en la que esté implicado».
Es penoso y alarmante asistir a episodios como estos: quitarse la oposición de encima con la coartada del ahorro al tiempo que se le anima a corromperse en la confusión del trabajo público y privado. No se conoce si esta iniciativa de la señora de la cara de hielo es fruto del desconocimiento o viene empujada con toda la intencionalidad. Si fuera a causa de lo primero convendría a sus paisanos removerla de la poltrona pronto, si es porque sabe lo que quiere es para salir corriendo.