La cuestión catalana arde de nuevo en las entrañas de España. Es un renovado problema – grave – con el que tiene que pechar este país en crisis múltiple. La llamarada muy numerosa por la independencia de Cataluña ha hecho que salten todas las alarmas. El problema de fondo viene de muy largo y los avisos que venían dando los catalanes más conscientes eran numerosos pero la exigencia independentista ha sorprendido a todos por su contundencia y la determinación de sus heraldos. Sea cual sea el derrotero que tomen los acontecimientos próximos, parece seguro que el nacionalismo soberanista catalán ha dado un paso bien largo. Esta marcha no se detendrá solo porque Madrid afloje la bolsa.
El nacionalismo descarado y rampante del momento – poco que ver con el de Companys, Tarradellas e incluso la práctica del mismo Jordi Pujol – es más parecido al secesionismo padano de Bossi (pasta, pasta y más pasta) que el soñado por los padres del catalanismo. Pero ahí esta: encampanado, decidido y con mucho campo por delante, pues no es verdad, como se dice, que se estén metiendo en un callejón sin salida. Ellos saben que Madrid les tendrá que dar salida. Cuando decidió emprender esta marcha por la independencia (que está bien estudiada, con tácticas y estrategia muy precisas) sabían que no volverían de vacío: o concierto económico o independencia. Y en eso están. Madrid, desangrado por la inconsistencia de un gobierno y con la oposición desaparecida, entre tanto, continua sin saber muy bien qué hacer. Sus primeras reacciones algo pánfilas recuerdan a las respuestas dadas por el último gobierno de Franco con ocasión de la Marcha Verde que nos endilgó Hassan II: palabrería de latón imperial y luego casi nada. Hasta el Rey, entonces príncipe, aparece en similar actitud. Entonces tomo un avión hasta El Aaiún y arengó a la tropa, hoy se dirige a todos desde su recién estrenada página web. Y es que los nacionalismos en excitación son todos iguales, despegan en momentos de crisis o calamidades públicas.