España camina al trote hacia el default. Todos lo presentimos, pero muy pocos lo proclaman y desatan las alarmas. Instalados en la certeza de que la solución está en los recortes económicos y la poda democrática, somos incapaces de vislumbrar otras salidas. Parece que una inteligencia superior haya decidido nuestro destino. Pero no es así, nadie tiene la llave de todas las puertas. Sucedió algo muy parecido hace escasas semanas con ocasión de las elecciones andaluzas. Atropellados por los vientos dominantes, todos estábamos seguros de que el PP barrería en nuestro sur. Pero nada sucedió como estaba escrito. Los electores dijeron no a un gobierno popular en Andalucía.
El desconcierto se ha instalado en el Gobierno muy pronto, a escasos cien días de tomar posesión. Sostiene, cual autómata, que la poda de este árbol viejo y orgulloso que es España es imprescindible para que alumbre brotes nuevos y, al cabo, llegue el fruto. Pero no está seguro de que vaya a ser de esta manera. También la ministra de economía Elena Salgado habló de la inminencia de brotes verdes pero se apeó del gobierno dejando al país como un bosque a la espera.
Bien temprano han comenzado las insinuaciones de un acuerdo nacional, incluso la bicha que más repugna al PP – gobierno de concentración -, es reanimada por algunos políticos y ciertos periodistas. Se piensa (otra vez la certeza absoluta) que si nos ponemos todos a remar «en la misma dirección de los recortes» el país saldrá adelante. Pero es otra equivocación. La salida – si es que es posible a estas alturas – pasa por dudar de que el camino emprendido es el correcto y advertir de que la resignación es el anestésico que se inocula antes de pasarnos por el degolladero. No podemos salir de esta pillada sin apoyos exteriores. La Europa prusiana nos está pateando a conciencia. Pero no es la única Europa, aunque ahora sea la fuerte. Necesitamos imaginación, ideas y determinación. Protestar es necesario y útil, pero cantar las cuarenta a Bruselas aun más.