En tiempos de penuria económica como los actuales priman las demandas materiales. Empleo y ayudas públicas son las urgencias que imperan. A las otras necesidades, las llamadas nobles, pongamos que libertad, justicia o cultura se las relega. O al menos eso habíamos creído siempre. El mismo Federico García Lorca en medio de la crisis económica en tiempo de la República se rebelaba contra la demanda única de pan. Él pedía «medio pan y un libro». Hoy tampoco se piden libros, simplemente se les «baja de la nube» gratis total o por muy poquito dinero.
Es por ello que en la calle, las plazas o las manifestaciones reivindicativas no se exigen materiales culturales o para el divertimento, pues estos están muy a la mano. Películas, series, sagas, músicas y conciertos… todo está a disposición de quien tenga un ordenador y una pizca de pericia para hurgar en los buscadores. En momentos de tanto miedo y «futuros como lobos», cuando nada de lo que nos enseñaron padres y maestros se mantiene en pie, lo único que tenemos muy a la mano son esos bienes culturales que distraemos de ese peral en la vereda llamado Internet.
Aumenta el número de pensadores que sostienen que es el apareamiennto continuo de la juventud con el entretenimiento y las culturas de su tiempo quien los mantiene distraídos, ora emocionados, ora traspuestos, de esas penurias terrenales que tienen que ver sobre todo con la barriga y sus exigencias. Es chocante, pero si Federico pudiera observar nuestros comportamientos es más que probable que nos espoleara a exigir más pan y a pagar aunque solo fuera medio libro. Pero éste es un supuesto retórico. Lo cierto es que beber a placer de la fuente que encontramos en el camino no asegura que su venero sea eterno. Si los autores no pueden vivir de su obra ésta desaparecerá, o algo aún peor, será de encargo.