SGAE

El día que un gobierno fulmine (y ese día llegará) la Fiscalía Anticorrupcion en este país comenzaremos a sospechar todos de todos aunque nuestros expedientes resulten blanquísimos. Éste es el servicio público que mejor presta el Estado durante los últimos cuatro/seis años. Sus pesquisas y las revelaciones de sus instrucciones novelan la sociedad de la opulencia y el descaro que aún vivimos.

La policía judicial ha reventado todo tipo de puertas y detenido a la fauna más diversa. Desde el predecible esbirrillo del alcalde de playa hasta el juez que protegía las felonías desde la magistratura. La ejecutoria de esta fiscalía aboceta una España no muy distinta a la que padecieron nuestros bisabuelos en la segunda mitad del siglo XIX (lean La Inmoralidad Publica, Lucas Mallada, edit. Algon).

La etapa de crecimiento y modernización de la España isabelina inventó buena parte de los estragos que reaparecen los últimos años en nuestro país. Políticos y funcionarios; banqueros y cajeros; jueces y abogados y los empresarios con sus corros que ahora caen son los trampantojos de aquellos birlones de la Restauración y descendientes tardíos de los bandidos que hacían huir a Cervantes y sus personajes.

El penúltimo saqueo se investiga en el mismo estómago de la cultura. Me refiero al presunto asalto a la SGAE por parte de sus dirigentes.  Ahora son los administradores de los derechos más discutidos y escuálidos, los de autor, quiénes distraen hasta sus bolsillos esos óbolos.

Pobre cultura, también a ella le ha perdido la seducción del oro. En otros tiempos solo era trastornada por las largas noches con Baco y otras miles pasadas por el hambre y el frío. Ahora en la cultura también se da eso del desvío de fondos.

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