El triste lamento de la persiana al cerrarse

Paula Nevado
Fotografía: Paula Nevado

Espero en soledad al compañero de almuerzo en el restaurante. Bueno, no exactamente solo: junto al ventanal que da a un sol de primavera alta, tres extranjeros (¿hablan portugués?) comen y bromean entre risas y dos buenas botellas de clarete. Nadie más. El camarero – no sé si prudente o asustado – me sirve “su cerveza verde, señor”. La larga sala, que puede albergar a más de 150 comensales, es una barca emperifollada: manteles blancos, vasos estilizados y sillas torneadas. A mi derecha, contra la pared y tras un biombito a medio correr, observo a dos mujeres que almuerzan también sin hacer ruido alguno: seriedad sepulcral y labios mudos que se mueven en la lejanía.

El aire – demasiado aire invisible – en el comedor trae anuncios de desgracia: quiere decirnos que algo grave parece ocurrir afuera. Es un vacío diferente al que nos regaló la crisis de 2008. Entonces, la cara de los restaurantes era de derrota: negocios hundidos por el fuego de la quiebra, el paro, el miedo y camareros acobardados esperando ansiosos la llegada de nadie. Hoy – primer gran día de triunfo del coronavirus sobre Madrid –  su cara es de asombro infinito.

– ¿Qué ha pasado ahí fuera? – comentan intrigados dos filipinos en la cocina.

Es como si hoy, 9 de marzo, fuera un 12 de agosto y el restaurante hubiera abierto por accidente.

Confirmaría luego que aquel vaciamiento no era un caso aislado, sino que ronda a la mayoría. Estampida de clientes se llama a esto. Ojalá sea cosa de días o de no más de dos o tres semanas, pues de lo contrario, las delegaciones de trabajo se atascarán de comunicaciones de ERES, ERTES y volarán hasta Hacienda en manos de los carteros notas que comunican quiebras, cierres y otras ruinas.

Porque no todos están preparados para este fusilamiento impensable y sin juicio previo. Porque no les ocurre como a los supermercados y otras tiendas de alimentos y grandes vituallas. En estas superficies, los transportes de dinero se duplican estos días. El personal acapara condumio como si no fuera a salir de su casa en quince o veinte días.

 

«El cierre de persianas en Madrid ensordecerá a todo el país».

 

Pero en restaurantes y bares es otra cosa; aquí se viene materializando un drama romántico, mientras que en el supermercado el espectáculo es comedia de mil personajes interpretando un texto que hace cantar a las mil maravillas la caja registradora: clin, clin, clin

Ocurre que una parte nada desdeñable de la industria del ocio y la restauración moderna (decenas de miles de franquicias y otros tantos negocios expuestos que aprovechan modas y ruido) se ha embarcado en planes de expansión algo más que ambiciosos: temerarios. Alentados por el neo boom del consumo y la terraza desde 2015 hasta aquí, beneficiados por la ruina lenta y dócil (lanar) del negocio tradicional de café y comida (bares y tabernas), asumiendo alquileres desorbitados y créditos voluminosos, muchos de ellos no pueden aguantar 15 días de locales repletos de aire y miedo. Así que si para Semana Santa el contagio y la alarma no ha amainado, el estruendo por causa del cierre de persianas en Madrid y en mil puntos de nuestra costa turística ensordecerá a todo el país.

Cuando el colega acude hasta la mesa – teléfono a medio colgar de la oreja, harapo volandero y cara de angustia por la obligación de sacar tres informaciones propias de portada en la semana – exclama mirando al tendido desierto:

– ¿Pero qué ha pasado? ¿Está todo el mundo teletrabajando?

– ¿Cómo?

– Sí, gran parte de los grandes edificios de oficinas de Madrid y las redacciones de periódicos se están desalojando. Hoy he escrito mi primera crónica en la mesa del salón de mi casa.

– Vaya.

Luego nos extendemos en largas palabras sobre la materia para llegar a la conclusión de que si ya el periodista sabe bien poco de lo que ocurre sobre los temas que escribe, más allá de los titulares en los que se esmera para llamar la atención, ¿qué podrá aportar ahora solo y nervioso desde el salón de su casa?

 

«Están seguros de que van a cerrar Madrid».

 

Más tarde, de vuelta, recuerdo lo que pensé cuando llegamos a esta conclusión y no le comenté nada por pudor y respeto: ¿Y si le va fenomenal a las empresas manteniendo el grueso de las plantillas trabajando en sus casas con el ordenador, el teléfono y acariciando al gato y los dejan ahí para siempre? Porque los ahorros que van a obtener no serán pocos.

Cerca de mi oficina, en la puerta de una heladería repleta, tropiezo con Santiago, hijo de un amigo maño que estudia telecomunicaciones en Madrid.

– ¿Qué? ¿Disfrutando de las vacaciones anticipadas y el sol?

– Sí, pero mis padres me ordenan que me vaya cuanto antes al pueblo porque están seguros de que van a cerrar Madrid y qué va ser de mí aquí.

– Bueno, mientras piensas si les haces caso o no, tómate un buen helado de mandorla italiana.

PAULA NEVADO
A Paula Nevado, su inquietud y sensibilidad familiar, le han llevado a formarse en diferentes disciplinas creativas y trabajos artesanales. Desde hace años se las tiene con la luz y sus caprichos para adobar con ellos las imágenes que le interesan. Con esta colaboración traslada de manera abierta la búsqueda del mundo que solo puede capturar su ojo. Puedes seguir su trabajo en Instagram: @paula_nevado

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