El nuevo consumidor millennial

Teresa Muñiz
Fotografía: Teresa Muñiz
Teresa Muñiz
Teresa Muñiz

Está el mundo del comercio, la restauración y el ocio muy preocupado con qué vender y a quién. Es lógico, su misión es llevarnos hasta su casa y atraparnos con su oferta. De la crisis, sostienen, también sale un nuevo consumidor que ellos creen conocer bien pues han tenido tiempo más que suficiente para sufrir y observar. También en este terreno se fragiliza la oferta tradicional de híper, súper, restaurantes, bares, discotecas… como en el lado de lo político se agrieta el voto del partido tradicional. Este consumidor no es mayoritario, pero sí significativo y muy diferente al de antes en cuanto a gustos y apetencias.

El nuevo consumidor, ese que comprende la banda de los 20 y 35 años, es mayoritariamente urbano, ha decidido gastarse el poco o mucho dinero que puebla su bolsillo en viajar, como primera opción; en segundo término, comer, tapear, copear y reír en locales que han mutado del pasado, y luego hacer deporte. De otra parte, el otro gran segmento de población más deseada por el vendedor “de queso y emociones”, que diría el irrepetible Néstor Lujan, ese de prejubilados y abuelos aún sin cachaba, ha decidido (también porque la necesidad obliga, digo yo) apartar el cáliz que le conduce al colesterol, la diabetes (azúcar) y, en general, todo tipo de adiposidades. Tenemos, al fin, un consumidor que se cuida, que va descubriendo el producto ecológico, la comida sana, los llamados alimentos 0 y “acude a probar todo producto nuevo de esta gama limpia con una facilidad desconocida hasta ahora en España”, según afirman numerosos fabricantes de productos y asociaciones profesionales del ramo.

No es extraño, pues, que en nuestras ciudades y poblaciones de tipo medio se programen centenares de actividades deportivo-lúdico-cultural-solidarias cada semana. Toda actividad en la que se mueva la pierna o se active cualquier tipo de maquina no contaminante que podamos imaginar ya se ha puesto en práctica. Y si por causa misteriosa no ha cuajado en nuestro país, la buscamos en Nueva York o Sidney y hasta allí acudimos para disfrutarla. El nuevo consumidor, ese que nuestra vanguardia digital llama genéricamente millennial, aunque abarca a numerosos colectivos de jóvenes, se ha descolgado para siempre del hotel con moqueta o el restaurante impoluto y lleno de perifollos; es el primero en asomar su nariz reparadora, cuando la niebla de la crisis solo ha empezado a perder densidad, y comienza a indicar qué es lo que le gusta y lo que no.

Le apetece participar en carreras en su ciudad no menos de una vez al mes, salir a pedalear o ejercitarse en el pedestrismo y jadear con sus amigos o compañero/a en las calles, parques o gimnasios, y quedar para picotear e intercambiar cuentos y risas con los amigos en los locales que ellos, y la sagacidad de inversores profesionales del ocio, el ruido y la noche, acaban de poner de moda.

Son establecimientos decorados con avariciosos tonos barrocos que los abrazan con ese punto de sofisticación que tanto hincha su ego tan joven como prominente. Son recintos, asequibles todavía para el lujo que creen que se les ofrece, en los que domina lo que llaman comida sana y ecológica (healthy food), la de fusión y, especialmente, aquella que apodan Nikkei, o sea, japonesa más peruana, más imaginación y astucia. No faltan las hamburguesas, cada día más pequeñitas y pegadas a un relato que busca pedigrí, los bocadillos gourmet, las albondiguitas, el tataki de atún….

En los momentos más lobos de la crisis, en esos meses en que se desplomaban los negocios de los centros urbanos, los traspasos hundían su precio y los propietarios achicharrados ofrecían sus edificios como ganga, nuevos inversionistas (normalmente fondos y grandes gestoras inmobiliarias) se fueron haciendo con parte de esas propiedades que hoy, a calor del incipiente despegue del consumo, comienzan a mostrar su acierto. Son ejes urbanos completos, conjuntos de calles, incluso barrios enteros, los que empiezan a mudar la piel. El bar no muere pero ya no tendrá nunca más en la barra bandejas repletas de bacalao con tomate, ni sonará la música suavona del hilo musical o esperpéntica de la Cadena Dial. Viene una mezcla de notas, un arrullo lamerón que te acaricia el oído y hasta roza el cuerpo, aunque no sabes bien con qué mano.

Sí, estos nuevos consumidores parecen que destierran la grasa y los hidratos; comen menos y beben en menor cantidad pero se manifiestan igual de satisfechos que aquellos estudiantes universitarios hampones de los setenta. Tienen el inconveniente, claro, de su hibridación, pues nada de lo que ven, toman, oyen o sienten es puro y cierto, sino un mezcla de retales vistosos que ocultan su ayuno de esencia. No hay nada más que reparar en este tiempo-rayo que precisan para levantar los nuevos escenarios de los placeres: de un día para otro. Vamos, que son como las modernísimas instalaciones de los artistas: curiosos vacios.

Teresa-Muñiz3-150x150TERESA MUÑIZ: “En numerosas ocasiones, paseando, asomada a una ventana u observando un objeto, nace en mi la necesidad de detener esa visión. Poseer esa imagen de una manera instantánea y veloz nada tiene que ver con mi trabajo pictórico, pero me sirve de referencia y confirmación de lo que en ese momento me interesa. Esta reflexión viene al caso porque, conversando con Pepe Nevado y celebrando nuestra colaboración tan fructífera que culminó con la publicación del libro Pan Soñado, se me ocurrió proponerle seguir caminando juntos pero en esta ocasión con fotografías. Aquí están”.

Un comentario en «El nuevo consumidor millennial»

  1. Pues seguiremos buscando el bacalao con tomate y los no Nikkei y pasando del mundo millenial y de lo gringo al tiempo que otros que lo infravaloran siguen su estela como borreguitos … Y viva la comida tradicional esa llamada mediterránea y el bocata clásico y allá cada cual con sus gustos pero esos millenial incorporan lo de no poder comprar un piso y a cambio viajes y copas … Un gran avance social.

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