Jugar más allá del límite

Paula Nevado
Fotografía: Paula Nevado

Nuestro mundo libre y democrático tiene desde siempre grandes conflictos con el ejercicio de las libertades fundamentales. Como explicaba en clase un sabio y jocoso profesor de derecho político, la razón había que encontrarla en que estos derechos que la revolución francesa sustrae al rey (señor, patrón, padre…) son precisamente los que más le gustaban. La opinión era suya, el pensamiento (¿?) también; moverse sin reparar en límites, hacer y deshacer a su antojo. Nadie podía replicar y ni siquiera mirarle a los ojos.

Un rapero desencajado como Pablo Hasél quiere jugar, dos siglos largos después, aquel rol de los sans culottes airados que bramaban contra los nobles en las calles podridas de París. Un poco sin querer o queriendo, cuando personajes como Hasél vocean improperios, muchos nos vemos reflejados en aquel señor de finales del XVIII que se sentía arrollado, injuriado y escupido por la chusma. Porque lo que recita el conflictivo catalán es dinamita oral que repugna a la mayoría que, sin embargo, tiene que aceptar y aguantarse.

Aquí está el problema: ¿por qué permitir tamaña soflama provocadora? Los sistemas democráticos, que evolucionan y retroceden según el tiempo,  aunque son acordeones en los que solo cabe la ley, vienen ordenando hasta dónde es admisible llegar y ponen algunos límites. En la mayoría de los países de la vieja Europa, los límites son laxos y permiten al individuo expresar en libertad todo aquello que le llegue a las cuerdas vocales o ayude a elaborar cualquier creación artística. La calumnia, la injuria y  el derecho al honor vienen a ser los únicos parapetos.

 

“¿Tiene Hasél derecho a ciscarse a lo que le venga en gana?”

 

Así fue en España tras la Constitución del 78. La libertad de expresión primó sobre otras muchas libertades, amparada por varias sentencias del Tribunal Supremo y el Constitucional. Pero ese ejercicio de tolerancia legal y social se fue agrietando, y en los últimos años de gobiernos populares, y no solo de ellos, se han venido aprobando modificaciones legales que pueden llevar al mal parla hasta la cárcel. La enorme tropa que vive de la exposición pública lleva un tiempo contenida y en alerta, atenta a cómo se expresa. Existe una enorme desazón, por ejemplo, entre humoristas y periodistas.

Claro que persisten algunos como Hasél, al que se la suda, y que ponen a la sociedad en bretes constantes. Los jueces echan mano de los códigos y algunos terminan en la cárcel, y los que comulgan con su rulo político y tienen el espíritu del provocador, se dan a la calle y la montan. ¿Tiene el rapero catalán derecho a ciscarse a lo que le venga en gana?

En España parece que no, pero quizás en Alemania y otros países europeos, sí. Aunque también es más que probable que en esos países no existan vicepresidentes del Gobierno que animen a personas como las que “usted me dice”. Que este señor haya entrado en la cárcel se ha convertido en un debate que es probable que otra ley llegue a impedirlo, pero lo que no logrará entender ninguna ley es que el portavoz del partido del vicepresidente declare su apoyo “a los jóvenes antifascistas que montan escandaleras y destrozan todo lo que encuentran en las calles que toman al asalto. Estos posicionamientos sí que son inusuales en países democráticos.

 

“Lo único reconocible de Podemos es que se mantiene fiel al conflicto”.

 

Por razones que a toda mente lógica, e incluso muy despierta, se le escapan, resulta que el partido en declive electoral que forma coalición de gobierno con el PSOE, ha decidido embarcarse en las últimas semanas en una cascada de declaraciones, posicionamientos y acciones políticas que le hermanan con los radicales del irracionalismo político. Hermanar la situación de Puigdemont con la del exiliado republicano tras la guerra civil; considerar imperfecta la democracia española cuando vienen de experiencias democráticas bolivarianas tan gloriosas; y, en los últimos días, animar a los violentos de la calle, son extremos que los sacan de cualquier experiencia política que se esté dando en el ámbito de los partidos democráticos europeos.

Desaparecen de su lenguaje y motivos políticos aquellos elementos que les hicieron reconocidos y atractivos para millones de electores. Entonces hablaban de malos y buenos; de ricos y pobres, de la gente y la casta. ¿De qué hablan ahora? De una Ley trans que ni siquiera saben explicar de qué va. Lo único reconocible en este momento del Podemos de 2016 es que se mantiene fiel al conflicto permanente. Piensan como Lenin que la agitación y el caos conducen a la revolución.

PAULA NEVADO
A Paula Nevado, su inquietud y sensibilidad familiar, le han llevado a formarse en diferentes disciplinas creativas y trabajos artesanales. Desde hace años se las tiene con la luz y sus caprichos para adobar con ellos las imágenes que le interesan. Con esta colaboración traslada de manera abierta la búsqueda del mundo que solo puede capturar su ojo. Puedes seguir su trabajo en Instagram: @paula_nevado

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