Vivir sin necesidades

Paula Nevado
Fotografía: Paula Nevado

Qué hijo de las sociedades occidentales (y ricas metrópolis de Oriente) puede negar que no ha entrado en la última semana a una o varias tiendas de ropa, al supermercado rebosante de todo; al bar, restaurante o al estanco; quién no pensó o contrató un viaje, pasó por una sala de juegos de azar o compró lotería o similar…  Quién no dedicó un tiempo razonable por teléfono a buscar gangas con las que calmar necesidades urgentes; quién no adquirió una camiseta preciosa o una bicicleta de segunda mano y hasta se citó con una chica (o un chico) a buen precio; quién no se dejó vencer por el canto de las sirenas y qué Ulises moderno es capaz de contener la urgencia dionisíaca de comprar y comprar. Solo se escapan de esta fórmula cerrada los que no tienen dinero, aunque en secreto se juran que irán a Cancún en el primer momento que puedan.

Nuestro mundo es un escaparate oceánico dispuesto para que podamos acceder a TODO; un exhibidor sugerente, sensual y adictivo perfumado con la droga del tabaco de Virginia que apresa con el olor a azucena de sus rubias hierbas. ¿Quién puede zafarse de lo innecesario, lo superfluo, la baratija repetida; el pantalón multiplicado…? Muy pocos; casi nadie, unos raros y marginales. Solo el que camina desnudo y no tiene necesidad de entrar en ese zoco moderno que las nuevas tecnologías han desplegado en el salón y habitaciones de nuestra casa, en la tienda global – llamémosle Amazon – ; o que contempla el mundo desde la orilla del río en el que pastan los dóciles y satisfechos.

Hace unos días descubrí por sus palabras a uno de estos raros que necesitan poco. Es el Gran Wyoming que, en una entrevista concedida al diario El País, decía lo que sigue: “Me eduqué en la no necesidad. Si te dejas llevar por los devaneos y las tonterías estás perdido. Nunca me han gustado los coches deportivos, ni la ropa de marca… Que me tengo que tomar un cordero con un vino cojonudo, me lo tomo. (…) El secreto de la felicidad se lo escuché un día a Fernando Savater: mentes complejas con gustos sencillos. Funciona mejor si le das la vuelta: gustos extravagantes con encefalograma plano”.

Vivimos en la época de los gustos extravagantes, acumulativos y excesivos: el consumo desaforado como deporte. El mundo está inundado de productos y otros tantos sueños innecesarios y millones de formas para que los disfrutemos fácil. Ni siquiera hace falta tener dinero efectivo, te dan crédito al segundo. Solo necesitas un teléfono y la aplicación adecuada. Con tarjeta de crédito gastas más y te relajas aún más si lo largas mostrando el teléfono.

Los pensadores de múltiples disciplinas que nos observan en este mundo (no debemos preocuparnos: éstos no son los dioses del Olimpo que juegan con nosotros a capricho) concluyen que vamos a la catástrofe; nos cargamos la tierra que, además, convertimos en un basurero. Y que al tiempo que disfrutamos con la yincana macabra, iremos cayendo nosotros.

Ocurre que nadie tiene la receta que conduzca a la cura del mal. O sí; se proponen demasiadas, pero son insuficientes, parches; no calan, las engulle con facilidad el buche hambriento de ese diplodocus que llamamos capital. El desmadre consumista es tal que ataca en todo el mundo. ¿Quién nos pone de acuerdo para sosegarlo?

 

Se busca una nueva utopía o un mesiánico salvador del planeta.

 

Pero mientras encontramos la vacuna, hagamos el esfuerzo de reencontrarnos con los gustos sencillos, pues los perdimos hace demasiados años. Inspirémonos sin ir más lejos en el cántaro que todavía ofrece el agua la España vacía, la Zamora ausente, el Fermoselle que envejece; recuperemos armarios discretos y la buena vajilla, que no avasallen con mil platos. Volemos menos (contamina demasiado) y dediquemos más tiempo a observar; iniciemos la salida de este mundo barroco tan ficticio e insustancial como el talento que lo inspira: cartón piedra repintado sobre pladur.

Redescubramos el queso que derriten en las pizzas y las burratas para pijos y descremados, y el garbanzo envilecido entre mil sustancias que llaman hummus. La mezcolanza engañosa (ellos hablan de fusión e investigación, creatividad y alta tecnología) oculta en la mayoría de las ocasiones de tal manera la materia genuina que pronto olvidaremos que existe la leche y la vaca; el trigo y sus sementeras; el pescado y el mar. Olvidaremos qué es (o fue) la tierra y viviremos en ciudades “maravillosas” abrazados por la nueva diosa llamada abundancia y el milagro de esas apps que nos dirán en un instante si mañana tendremos mocos.

Al parecer, pocos se han fijado en el silencioso rugido de la marcha de la mujer en este mundo y el grito contra los que devastan la naturaleza. Y también de la altura que toma esa ola que crece repensando los milagros que nos traen las tecnológicas, pues también llegan con una bomba atómica en el regazo. Quizás por ahí pudiéramos hallar algunas pepitas que, juntándolas, nos hablen de esperanza y permitan un cierto sosiego a este mundo.

Lo más moderno que está cabalgando por España – “el nuevo catalizador del malestar social”- se llama Vox. Después de Iglesias, llega Abascal. Así que mejor será volver a los textos sentenciosos y alegóricos de Horacio y recuperar algunos de sus consejos: “No pretendas coger la uva que aún está verde; día llegará en que el otoño, rico de frutas, te ofrezca sus maduros racimos ceñidos de púrpura”.

PAULA NEVADO
A Paula Nevado, su inquietud y sensibilidad familiar, le han llevado a formarse en diferentes disciplinas creativas y trabajos artesanales. Desde hace años se las tiene con la luz y sus caprichos para adobar con ellos las imágenes que le interesan. Con esta colaboración traslada de manera abierta la búsqueda del mundo que solo puede capturar su ojo. Puedes seguir su trabajo en Instagram: @paula_nevado

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