Cosechón

Paula Nevado
Fotografía: Paula Nevado

La riada constante, y en crecimiento, de datos nos inunda de información, imágenes en movimiento y mala literatura con tal profusión que perdemos la orientación y desconocemos la ruta de la barca que lleva nuestro mundo y, por ende, nuestras vidas.

La pasada semana y otras anteriores, por ejemplo, fueron pródigas en noticias positivas. Conocimos datos oficiales que nos informan de la enorme producción de vino y mosto de la cosecha de 2018: nada menos que un mar cercano a los 50.000 hectolitros; de ellos, el 40% de vinos con Denominación de Origen de Producción (DOP) o con Indicación Geográfica Protegida (IGP), es decir, vinos de marca.

También continuamos batiendo récords turísticos: el pasado año nos visitaron 82,6 millones de turistas, que gastaron cerca de 90.000 millones de euros. Además, hubo creación cimera de empleo (bien que regular o malo) y la inversión de fondos en el país alcanzó la cifra espectacular de 4.350 millones de euros, según la Asociación Española de Capital Riesgo y Capital Privado (ASCRI).

Y podríamos continuar recordando más oros de nuestra realidad económica, pero solo estas impresiones felices serían suficientes para que la mayoría de sociedades o países del mundo estuvieran más contentos que unas castañuelas.

Pero en España nada de esto ocurre; la nube tóxica del pesimismo se ha instalado con tal determinación en nuestro país y aledaños, que nos lleva a sentir (percibir) que vivimos bajo la presión de un anticiclón ciclópeo que nos asfixia poco a poco con su contaminación creciente.

Sucede, por tanto, que la noticia feliz es sepultada de inmediato por una especie de alud de tragedias milenaristas que nos atrapa. Las mismas redes que publican las anteriores noticias en tono menor nos advierten por boca experta que los españoles de los últimos años conocemos la dieta mediterránea de oídas. Nuestro país vivió sus grandes años “mediterráneos” en las décadas de los cincuenta y sesenta del pasado siglo, pero a partir de entonces – cuando empezamos a tener en el bolsillo algunas pesetas – huimos del cocido, el pan con aceite y los tomates de la huerta.

 

Alimentar el espíritu

 

Nuestra escapada, junto al mundo en crecimiento, fue tan rotunda y cierta que hemos llegado a poner en peligro el planeta: por habernos convertido en orondos y grasos glotones. Así, como leemos en El País del 17 de enero, para preservar la salud planetaria necesitamos con urgencia “reducir el consumo mundial de carnes rojas y azúcar, duplicar la ingesta de verduras y legumbres, que el sector agrícola y ganadero deje de emitir dióxido de carbono y reduzca drásticamente la contaminación por nitrógeno y fósforo, limitar el empleo de agua y no aumentar más el uso de tierras, reducir un 50% el desperdicio alimentario…”

Pero, claro, este reto que nos pone delante la realidad empírica basada en el dato cierto, no puede detener las avenidas de alimentos procesados y platos preparados que “necesitan las sociedades del precariado”. Porque una vez elevadas la pizza y la hamburguesa al cajón de los campeones, otra noticia nos habla del crecimiento sin tregua de las ventas de alimentos congelados. Su valor en el mercado español llega a situarse en 4.865 millones de euros, creciendo un 3,5% el año pasado, y siendo el segmento de platos congelados preparados el rey.

En la otra cara de la misma luna en conflicto de nuestra fábrica alimentaria mundial, pongamos que es Whole Foods – una enorme cadena de supermercados populares estadounidense – se nos dice que al pobre también hay que alimentarle el espíritu (se supone que el rico tiene bien llena su cantimplora espiritual) y propone entre otras perlas, recrear el clásico helado de vainilla con “nuevas terrinas que añaden un toque original con bases renovadoras como el aguacate, el hummus o agua de coco”. En esa receta encuentran estos señores el espíritu.

Demasiadas dificultades, pues, para salvar el planeta, cuando se hace todo lo posible para que la persona sencilla, la que ríe y trabaja, no se entere de nada y se le haya vedado de por vida saborear un plato de espetos en la playa.

PAULA NEVADO
A Paula Nevado, su inquietud y sensibilidad familiar, le han llevado a formarse en diferentes disciplinas creativas y trabajos artesanales. Desde hace años se las tiene con la luz y sus caprichos para adobar con ellos las imágenes que le interesan. Con esta colaboración traslada de manera abierta la búsqueda del mundo que solo puede capturar su ojo. Puedes seguir su trabajo en Instagram: @paula_nevado

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