Canto al vino nuevo (II)

Paula Nevado
Fotografía: Paula Nevado
Palabras de celebración del vino nuevo de Montilla. Cosecha 2018
(Puedes leer la primera parte aquí)

 

 

La viña de mi padre, que ahora es la tierra de mi hermano, tiene tanta influencia en mí como el gen de mi concepción, los secretos de mi abuela y las pocas palabras (casi sentencias) de mi abuelo. De aquello, y de crecer en la casa con mis padres y la gamboa que daba sombra al patio, vengo todo yo.

Mi padre era un hombre de campo, no un peón de campo, sino un enamorado del canto de los pájaros, que conocía el valor que tenía acariciar el cuello de las cepas para limpiarle su piel reseca, y que cuando araba con la yunta hacia chazones para que la coneja continuara amamantando a la camada en la tierra no verteada; o la perdiz siguiera engorando sus siete huevos de café con leche pintados de puntos oscuros y dispares. Fue el encaje más perfecto del hombre con la naturaleza que conozco. Luego del bachiller, y más tarde leyendo traducciones de Virgilio, me di cuenta del valor que mi padre tenía. Y más tarde aún, cuando leí al poeta José Antonio Muñoz Rojas, hijo predilecto de Andalucía, supe que fue un hombre extraordinario.

Viví la vendimia y la vida en la lagareta, el acarreo con los mulos y la yegua mandando a la cabeza; y recuerdo aún el olor del metabisulfito y el chas chas de la bomba aliviando el mosto del pozuelo. Veo a mi abuela pelando (mondando decía ella) duraznos horas enteras, que pronto devorarían las tinajas cocederas al convertirse en orejones. Y docenas y docenas de huevos de gallina estrellados sobre las bocas de labio gordo de las tinajas, que escupían burbujas oscuras de cíclope y expelían ácidos melosos.

 

El vino de mi juventud

 

Un caldo venido a la vida desde esa experiencia no podía ser – nunca fue – malo. Cuando chiquitito: verdoso y con neblina en la cara; fino ya: dorado dispuesto para la venta, o bailando aún bajo el velo de flor a la espera. Todos me acompañan siempre y me iré a la tumba con su sabor a sabia verdad sellado en la boca.

Ese vino de mi juventud era casi la única bebida revitalizadora (y civilizatoria, también digo) que teníamos. Porque la cerveza apenas acababa de llegar, siendo la gaseosa nuestra única compañera. El vino y el anís de madrugada (orujo más arriba) purgaban al hombre de su atolondramiento.

Y por fin conocí Montilla. Quizás fue una primera frase, acaso dentro de una conversación incluso seria, pronunciada por el cofrade Trujal, la que define mi experiencia de lustros entre vosotros: “Pepe, en este momento estoy tocando el cielo”. Hizo un gesto elevando el brazo y llevando la mano hasta el horizonte; al bajarlo con la lentitud de la pluma, vi que entre sus dedos traía un copo invisible de paraíso que posó en mi pecho con una caricia. Aquí en vuestra tierra y junto a vosotros he experimentado la triple dimensión que hace al hombre digno de pisar la tierra: ser, naturaleza y espiritualidad perfectamente imbricados.

 

El vino nuevo

 

De aquellos primeros años noventa, entre lagares y montaneras ordenadas de cubas, recuperé mi afición adormilada por la poesía. Montilla es el territorio, diría que casi literario, que me abrió definitivamente a mostrar la cara de la persona que soy: amante de la naturaleza, tolerante con el defecto humano y buscador siempre del oro que corre por el espíritu de los hombres cuando deciden soltarse de la argolla de la costumbre y disfrutar el arte.

Hoy saludamos el vino nuevo, el de tinaja, como todo el mundo lo conoce, menudo, ligero y limonero; gaseoso y tímido. Un vino que es una promesa sobre el que hacemos todo tipo de apuestas. Y siempre compitiendo en la batalla de los gustos: El mejor es “el de tal bodega” (…)  “pues a mí me gusta más el de fulano”...  El respeto por el vino nuevo y los otros, el fino y Pedro Ximénez, va por barrios. Cada año, los que saben, los cabales, los del canon, deciden cuáles son los mejores. Y aciertan, aunque nadie se equivoca si compra ese pack o esa botella de una bodega u otra.

 

Tiempo de sonrisas

 

Voy terminando. Pretendo dar con un brochazo expresionista un mínimo repaso sobre de la Cofradía desde la ventana de mi memoria rota y a estas alturas llena de cavernas a causa de las bacterias del tiempo.

Cuando aparecí por aquí de la mano del cofrade Estampilla, mi amigo Antonio López, me sorprendió la autenticidad del presidente de la cofradía, Pedro Cabezuelo, cofrade Injerto, que en paz descanse; la seriedad irónica de vuestras celebraciones (que continúa) y la diversidad de hombres y profesiones de sus componentes. Desde la plumilla al catedrático (bueno, hoy tenemos a un cofrade que acumula los dos menesteres, periodista y Catedrático en Periodismo). Todo suavidad y amable tiempo de sonrisas; normalidad lustrosa, en suma. El fervor por el vino era patente y los cuentos de taberna, también. Se contaban – y lamentaba – las tabernas que iban cerrando y todos querían correr, llamar la atención sobre este vino sagrado que se extingue.

Entonces se cometió la burrada de traer nobeles y ministros, mientras limpiaban a toda a prisa las telarañas de lagares y hacían al paso gran promoción, sin saberlo, de la morcilla única de Montilla. Día tras día, año tras año, de aquellas correrías lentas y festivas por la sierra brotaron de nuevo numerosos sarmientos y el vino apareció joven y mejor.

 

Emociones

 

Hoy todos somos más viejos, que no más pellejos. Tan bebedores como siempre, aunque con medida, que no a canoa. En los últimos tiempos la cofradía vuelve a dar tantos frutos como la cepa negra de mi padre, que siempre era la que más racimos entregaba: dos cestas. Tenemos un vino que ya quisieran todas las iglesias del mundo oficiar con él la consagración. Ligero y genuino; bello como los colores del renacimiento y pautado como el barroco de Scarlatti.

Sé que somos poco más que una mota verde en el mapa del vino de Europa, pero una gota amotinada dispuesta a dar la batalla como los Tercios Viejos de Flandes. Si nos ataca el huracán de la globalización con fines de exterminio, seguro que las picas con las que ahora lo defendemos brillarán de nuevo aceradas de cielo. El hombre también es una bámbola que maneja a su antojo la moda. Yo vuelvo a tomar en bares y restaurantes de Madrid fino, palo cortao y amontillado. No sé si será un espejismo, pero he recuperado en los últimos meses algunas de esas notas volanderas que se nos van perdiendo en la memoria, esas que ayudaban a recordar el recado que debías hacer y en cuyo hueco se ha alojado en toda su dimensión una suerte de amnesia que destila enormes y riquísimas emociones.

¡Celebremos el vino nuevo, el vino más chiquito!

PAULA NEVADO
A Paula Nevado, su inquietud y sensibilidad familiar, le han llevado a formarse en diferentes disciplinas creativas y trabajos artesanales. Desde hace años se las tiene con la luz y sus caprichos para adobar con ellos las imágenes que le interesan. Con esta colaboración traslada de manera abierta la búsqueda del mundo que solo puede capturar su ojo. Puedes seguir su trabajo en Instagram: @paula_nevado

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