Adorar a la merluza

Paula Nevado
Fotografía: Paula Nevado

La noche del 31 de diciembre, Nochevieja, es la más larga del año; da para mucho. De ella podemos quedarnos con la imagen del cuerpo hermoso y joven de La Pedroche (en pocos años estaremos avergonzados de cómo disfrutamos la patraña) o las lanzadas que propinaron tantas suegras y cuñados a millones de familiares con las picas de Vox. También se dan ocasiones únicas y esperpénticas, como la de ese “padre padrone” aficionado a los astros que solo autoriza la cena cuando recibe un guiño del firmamento en forma de radiación oscura.

En mi caso, la cuestión llegó por la merluza; una merluza fresca de más de tres kilos que cocinó Juanjo con el cuidado y mimo que el cirujano experto timonea la laparoscopia. Experiencia, tiempo y amor (porque no puedes “quedar bien” si no se percibe el amor en el plato). Trozos lustrosos y perfectamente trabados del brazo de una salsa tan genuina que necesita una marca específica de vino blanco para ser perfecta.

Después de amplios uuuhhhmm y parabienes, a quien esto escribe – descubierto en aguafiestas menor por causa de ser hijo de tantas conciencias ya magulladas y a remolque – le dio por preguntar la simpleza que sigue:

– ¿Cuántos años creéis que nos quedan para disfrutar de esta merluza tan exquisita?

 – Pregúntate mejor si tendremos dinero para poder pagarla los próximos años.

– ¿Entonces crees que el exceso de consumo y la acuicultura no la harán desaparecer?

Siempre habrá pescado salvaje para el rico y peces de cultivo y pasados para los demás hijos de Dios.

Y a continuación trae a colación un reportaje publicado por Reuters, agencia que investiga los efectos del cambio climático en la fauna marina y las poblaciones de ella dependientes.

– “Chinos, japoneses, españoles y las industrias y moda que imponemos todos, vamos camino de esquilmar los mares (los ríos ya son inútiles). De ahí, el auge fenomenal de la acuicultura. Los tinglados chinos para criar gambas, por ejemplo, son de una magnitud y espanto futuristas; más del tipo de la serie Mad Max que de esa obra de arte llamada “2001: Odisea en el espacio”. Y las réplicas se exportan por África Occidental, Perú, decenas de islas en el Pacífico e Índico, y en las riberas mediterráneas”.

Saca el teléfono y busca una página: “Sólo en la bahía de Greyhound – hasta hace casi nada, cementerio distópico de barcos de todo el mundo- y sus confluencias: las ávidas máquinas de Africa Protéine producen harina de pescado, un polvo rico en nutrientes que alimenta un negocio cuyo valor asciende a 160.000 millones de dólares. La acuicultura es uno de los sectores industriales alimentarios de más rápido crecimiento del mundo, y está tomando aceleradamente la delantera a la pesca como principal fuente de este producto para consumo humano”

– No continúes, ya es bastante. Vamos a agotar este plato de merluza por si acaso fuera el último que tomamos juntos.

 

Avistamientos

 

Nos reímos y todo se acalló. Una fuente con mil frutas dulces y excitantes, y luego el cava, dieron paso a la copa que lleva a la cama sin remedio.

– ¿No oís unos pequeños chasquidos fuera de la casa?

– No.

 – Pues yo sí.

Diligente, aunque silencioso, me dirigí hacia la última ventana que divisa la hondonada sobre la que se alza, vistoso y amarillento, un enorme circo de piedra en cuya cima se hinca la casa. La noche oscura, no obstante, acaba rielada por miles de estrellas libres de estiércol en el aire. Me fijo en el terraplén más próximo. Algo se mueve. Oigo como el crac crac de dientes. Agudizo la vista como si estuviera al rececho del jabalí. ¡Eureka! Divisé a una zorra; una raposa de cola blanca que comía restos (de paella quizás) que habría arrastrado desde el basurero cercano. Al anunciar el avistamiento, el ruido de sillas y las exclamaciones de sorpresa la hizo huir. Nadie la vio. Todo quedó en mi palabra.

A las dos y media de la mañana abríamos la puerta de la casa amiga encaramada en el lugar más alto y solitario del pequeño pueblo. Ahora fue el hombre de Roa el avistador: “¡Mirad, mirad las cabras de monte ahí arriba!” Una madre y dos crías nos miraban desde un bancal de almendros. Imposible realizar la foto del japonés. Con un trotecillo vibrante, vimos cómo se perdían en la noche las nalgas beis de la última chiva.

PAULA NEVADO
A Paula Nevado, su inquietud y sensibilidad familiar, le han llevado a formarse en diferentes disciplinas creativas y trabajos artesanales. Desde hace años se las tiene con la luz y sus caprichos para adobar con ellos las imágenes que le interesan. Con esta colaboración traslada de manera abierta la búsqueda del mundo que solo puede capturar su ojo. Puedes seguir su trabajo en Instagram: @paula_nevado

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