La bodeguita de Mario

Paula Nevado
Fotografía: Paula Nevado

La antigua estación de trenes de Valladolid recibe hoy al modernísimo AVE. Toda ella es una acicalada anciana de cien años. Pero su entorno no, cambia con la rapidez de nuestro tiempo. Edificios modernos y casas caras se adueñan de la añeja calle Estación derribando su tétrico tapial. Las fachadas de pobre ladrillo han caído todas menos una. Es la destartalada, deshabitada y (puede) que desahuciada finca número 19 de la calle Estación. Dos plantas cerradas y sucias para solaz de palomas. Desde la acera de enfrente, y de mañana, semeja un edificio abandonado.

Pero no es así. En su planta baja habita el Caribe. O mejor dicho, Mario apura el ron cubano trago a trago, a golpe de son y salsa. Y muchas risas y carreras para atender la demanda del vallisoletano de paso desde el centro urbano al barrio; de la estación a la espera; de la última copa o esa otra con la que empieza todo.

La bodeguita de Mario es un bomboncete cubano amueblado con un desigual desguace castellano; un desván armonioso al que sonríe una gran barra sobre la que se estira la botella de ron Santiago como si fuera una gogó del Tropicana. Al fondo, unos enloquecidos jóvenes juegan al futbolín, y siempre encontramos sentada e inmóvil a una mulata como si de una modelo de escuela de bellas artes se tratara.

La música invade. Cuba es música y allí te atrapa con su esencia hasta la médula. Así que uno comprende por qué Mario no puede ser más que un cubano siempre. En este rincón ha edificado como sin querer una humilde fantasía de La Habana. Todo dispuesto para que su luz y movimientos le atemperen los frecuentes golpes de ausencia.

 

Amor y baile

 

A Mario le va servir copas y hacer que los clientes se sientan importantes en su bodeguita. Todo lo que ofrece es auténtico y sencillo. Es un maestro del cóctel tradicional cubano. Si él pudiera solo serviría copas, tendría tres orquestas sonando en directo y únicamente el sol de la mañana detendría el baile. Pero quien bebe desea comer, y Cuba ofrece platos riquísimos. Mario no es cocinero pero tiene en Valladolid la mejor mano de la Isla para preparar tamales, papas rellenas, ropa vieja, enchilada de camarones, arroz congrí… Así que un mojito con un sándwich cubano puede ser el principio de una nochecita de copas o servir de espuela.

La última vez que estuve en la bodega que baila, un camarero joven, alto, rubio y serio atendía la barra con diligencia y cara de agobio. Una señora joven y sonriente sentada sobre un taburete justo en el centro de la barra tomaba una caña. Me fijé que de vez en cuando acariciaba la mano del camarero. “Señor, es mi hijo”. La bodeguita de Mario también es una familia, una familia que en noches de sábado, con frío o sin él, muta en la selva humana más definitiva. Colmillos que no atacan pero brillan; ojos de loco que lloran de amor; besos al aire sobre labios que huyen y rudas canciones en las gargantas de los hijos de la copa.

Qué paciencia tiene Mario. Tanta como sueño. Porque a media mañana la bodeguita es ya un sonajero; una rareza en el adusto Valladolid; el remanso disparatado del enamorado; ese imprescindible y auténtico cacho de La Habana para que Mario continúe amando y bailando siempre.

PAULA NEVADO
A Paula Nevado, su inquietud y sensibilidad familiar, le han llevado a formarse en diferentes disciplinas creativas y trabajos artesanales. Desde hace años se las tiene con la luz y sus caprichos para adobar con ellos las imágenes que le interesan. Con esta colaboración traslada de manera abierta la búsqueda del mundo que solo puede capturar su ojo. Puedes seguir su trabajo en Instagram: @paula_nevado

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