Manos de pólvora

Paula Nevado
Fotografía: Paula Nevado

El vasto mundo de la alimentación y las bebidas es impredecible y azaroso, y también sorprendente y hasta divertido. Por ejemplo, el canal de hostelería, restauración y cafeterías (HORECA) sale de la crisis como un huracán imparable que nunca para de crecer. En Barcelona y Madrid, pero también en ciudades y grandes poblaciones costeras, así como señalados enclaves turísticos, se abren restaurantes a un ritmo de vértigo (aunque también crecen las defunciones). Se llega a hablar de burbuja. Barcelona alcanza los 30.000 restaurantes y Madrid supera esta cifra. Ha cristalizado la idea de que esta industria es negocio y “da para vivir”. El profesional de siempre evoluciona su oferta y cada vez más grupos empresariales (también especulativos) entran en él buscando su oportunidad. Dispone además de un número creciente de escuelas de hostelería, o similar, a su servicio que no dejan de parir novatos que encandiló el MasterChef permanente en el que se cocina España desde hace unos años y, claro, también de ilimitados regimientos de ilegales, estudiantes y desesperados para llenar cocinas y ofrecer temblorosos refrescos en las incontables terrazas.

La ofuscación por abrir, renovar, innovar, sorprender y hasta disruir (vaya palabro) es tal que los pistoleros de la reforma y la chapuza exigen tanta pasta y más por su tarea que en los años álgidos de la burbuja inmobiliaria, en tanto que el camarero y el pinche de cocina, tan ocasionales y temporales ellos, son retribuidos casi como becarios. Eso sí, la cuasi generalización de una Seguridad Social a 50 euros al mes por barba alivia especialmente al bolsillo de quien contrata.

En esta feria de la abundancia de todo conviven lo excelente y lo cutre, el cliente que busca el céntimo en el menú y el que no le importa pagar los 50/70 euros. Es arriesgado recomendar locales porque, al poco, pueden haber cerrado, reconvertidos en pizzerías, o también defraudar, pues ocurre que lo que el mes pasado fue delicia viró en tortura porque cambió el jefe de cocina.

Lo más llamativo, no obstante, del globo gastronómico, lo encontramos en la oferta de comida para llevar (barata y vaya usted a saber qué más) que proporciona un creciente número de supermercados y miles de franquicias; el menudeo de expenderías – a modo de mínimas terrazas en bajos de edificios céntricos – de pizzas y demás masas de vaga raíz italiana; los restaurantes clónicos del otro que triunfó y, claro, el esfuerzo diverso y muy dispar por encontrar con lo moderno y lo diferente.

En este terreno, la penúltima tendencia la encontramos en los restaurantes y cocinas eco-friendly, o lo que es igual: recrear la pasión del sueco por lo verde y ecológico en el mínimo espacio de un restaurante: reciclaje escrupuloso con gestores de residuos para aprovechar el espacio al máximo; mínimo consumo de agua apoyado en grifos con limitadores de caudal; uso de materiales naturales: la madera y la piedra otra vez frente al plástico y los nuevos materiales que también traen al oro negro en su entraña; ahorro energético: todo A++++, y hasta la instalación de mínimos huertos artesanales en el patio mínimo antes destinado a retiro y contenedores.

 

Hablando de explosivos

 

Todo se erige y decae como la bandera en el cuartel, aunque lo único que no se resiente jamás es la pizza. Nadie sabe hasta dónde alcanzará su oferta en el futuro próximo. Es como una paloma urbana que siempre permanece por mucho que se la aspaviente. Su fuerza es tal, que Pizza Hut y Telepizza se han aliado para crecer aún más internacionalmente. El acuerdo llevará a que la última abra más de 1300 tiendas en los próximos años y la norteamericana, hasta 1600 en los territorios que comprenden el acuerdo. A este paso harán lobby para que las autoridades permitan a chicos y chicas vender trozos de pizza en aceras y esquinas voceando marca, tipo y calidad como otrora hicieran los muchachos del periódico o la azafata que te rociaba con un flus-flus de colonia en promoción.

Nuestras grandes ciudades se parecen, quizás sin proponérselo, a la Nueva York desatada de los años cincuenta y sesenta del pasado siglo: miles de locales destinados al disfrute del estómago y el placer de la risa, vigilados por el lujo de Tiffany’s y la vergüenza de legiones de mendigos. Aunque el futuro parece venir del vuelo alargado y ciclópeo de ciudades como Shanghái, metrópoli de creciente peregrinaje como el que realizan los últimos días nuestras empresas productoras de alimentos y bebidas, empeñadas en vender mediterráneo en el Imperio que inventó la pólvora.

Y hablando de explosivos: atención a ciertas cremas de manos. Una amiga, felizmente viajera, fue retenida por la seguridad del aeropuerto de Tenerife Sur hace unos días porque sus manos daban todas las señales de haber estado manipulando o, en todo caso en contacto, con explosivos. “¿Tratar con pólvora yo? ¡Vamos, anda!” “¿Utiliza crema de manos?” “¡Pues claro!” “¿De Mercadona acaso?” “Sí, ¿cómo lo sabe?” “No es la primera vez que sucede, tenemos más casos como este de la crema que usted ha usado y de otras marcas.” “¿Y por qué no las prohíben?” “No lo sé señora, pero recuerde lavarse las manos antes de entrar en controles como este, evitará molestias. Buena estancia en Tenerife”.

PAULA NEVADO
A Paula Nevado, su inquietud y sensibilidad familiar, le han llevado a formarse en diferentes disciplinas creativas y trabajos artesanales. Desde hace años se las tiene con la luz y sus caprichos para adobar con ellos las imágenes que le interesan. Con esta colaboración traslada de manera abierta la búsqueda del mundo que solo puede capturar su ojo. Puedes seguir su trabajo en Instagram: @paula_nevado

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