Brexit: las condiciones del divorcio

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Fotografía: www.irlanglish.com

Millones de ciudadanos británicos y de otras naciones europeas llevan mal las consecuencias que trae el divorcio entre el Reino Unido y la Unión Europea. Son los europeos que viven y trabajan en el Reino Unido (3,3 millones) y los 1,2 millones de británicos que hacen lo propio en el continente. Todo el mundo es consciente del grave problema, pero los noticieros no se hacen eco de manera suficiente. Prima el debate político, qué costará (en euros o libras) el divorcio de una pareja 44 años unida y que, por tanto, mantiene en común tanto intereses como historia. Incluso nos fijamos en las repercusiones que el conflicto tendrá en el contencioso eterno que nos liga al Reino Unido a propósito de Gibraltar. ¡Vaya problema!

Miles de enfermeras, cocineros y camareros, abogados, ingenieros, profesores…. españoles en Londres, pongamos por caso, no hablan de otra cosa desde hace más de un año. Y el jubilado escocés en Alicante, el empresario de restauración en Lanzarote o el deportista en Madrid, maldicen a diario la posición en que les colocó el no a Europa de sus paisanos. Solo tienen la certeza de su miedo al futuro y hacen cábalas pesimistas sobre la aventura que será su vida a partir de ahora. Temen perder empleos, derechos y bienestar. Pero, claro, no hay nada seguro. Lo único cierto es que la premier británica, Theresa May, ha enviado una carta a Donald Tusk, presidente del Consejo Europeo, que anuncia su despedida del continente y está abierta a negociar con Bruselas las condiciones de la ruptura. Negociar a cara de perro, claro, pero eso no lo escribe, se sabe.

Los conservadores europeos -que mandan en casi todos lados- se lo han tomado con parecida flema en público, pero la irritación tras los cortinajes es enorme. Ahora viene una larguísima batalla diplomática y política. Londres y Bruselas pelearán por la “mejor finca en disputa”. Ambas marcan sus preferencias de entrada. El Reino Unido exige que se lleven a un tiempo los asuntos del divorcio (con qué me quedo, qué dejo) y las relaciones a mantener en el futuro: mercado a cambio de libertad de movimientos de la UE en la isla. Pero Bruselas avisa que no aceptará: primero sellar las condiciones de la separación y, una vez ratificado el divorcio, hablamos de las relaciones a mantener en el futuro.

Así que, a pesar de la prudencia conservadora, el escenario se presenta feo para todos, aunque puede que sea más comprometido para Bruselas. ¿Por qué? Una reflexión de este tipo da para una larga ponencia, pero digamos a modo de brochazo expresionista que el Reino Unido está más moralizado que la UE. Los británicos se sienten más fuertes “liberados del yugo comunitario” y dueños de sus fronteras (entrarán y saldrán quienes ellos permitan), confían en la grandeza financiera de la City, sus universidades de excelencia, su pulsión investigadora e innovadora, su maestría comercial y, claro, en su ejército y servicio secreto. Y además creen poseer la mejor diplomacia del mundo y ser los socios privilegiados de Norteamérica, esa gran nación cuyo actual presidente desprecia a Europa.

Enfrente tienen un conglomerado desnortado de países del que solo se salva Alemania. La nación de Goethe es un gran país que nunca dejó de serlo “a pesar de tanta Europa”. De nuevo toca a los alemanes hacerse cargo de otro marrón harto difícil. Lo hicieron con ocasión de la gravísima crisis económica de 2008, desgarrando con su determinación cuasi militar el alma de numerosos países europeos. Pero Europa resiste al cabo. Ahora la clave está en que no se lleve la mejor parte del patrimonio compartido quien ha provocado el divorcio. Esperemos que Londres -capital de un pueblo guerrero- no juegue la carta de hacer rehenes.

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